Eugi honra el trámite

Patxi Eugi se convirtió ayer en el segundo medio campeón del manomanista, campeón a partes enteras (eso sí) del torneo organizado por Aspe, su empresa. Magro consuelo para un pelotari que aspiraba a una ilusionante revancha contra Beloki, su verdugo hace un año, cuando la final podía llamarse así dignamente. Escaso premio, éste que divide la pelota en dos torneos previsibles, sin muchos más atractivos que el comprobar cómo las figuras saltan eliminatorias para no coincidir nunca. La cita del Astelena, que albergaba su primera final manomanista en 26 años, confirmó lo esperado. Es decir, la su...

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Patxi Eugi se convirtió ayer en el segundo medio campeón del manomanista, campeón a partes enteras (eso sí) del torneo organizado por Aspe, su empresa. Magro consuelo para un pelotari que aspiraba a una ilusionante revancha contra Beloki, su verdugo hace un año, cuando la final podía llamarse así dignamente. Escaso premio, éste que divide la pelota en dos torneos previsibles, sin muchos más atractivos que el comprobar cómo las figuras saltan eliminatorias para no coincidir nunca. La cita del Astelena, que albergaba su primera final manomanista en 26 años, confirmó lo esperado. Es decir, la superioridad de Eugi (ganó 22-11). Elkoro resultó un digno rival (interpretó su papel bastante mejor que Arretxe, sparring de un Beloki incontenible) en la defensa de sus posibilidades; un aspirante ligero a la hora de proponer otra cosa que su físico para pesar en el partido. El pelotari guipuzcoano hizo honor a su estrategia confesada y concentró toda su habilidad en convertir el encuentro en una carrera de fondo. Por la vía del desgaste Elkoro pretendía minar la paciencia de su rival, poco inclinado a hacer memoria cuando alguien cambia las frases de su guión. El guipuzcoano no erró en sus cálculos, ni siquiera cuando le sorprendió un rápido 0-3 en su contra. Tampoco Eugi, especialmente avisado y preparado para mantener la concentración en cada uno de los largos intercambios. Lo que no pudo anticipar Elkoro fue su debilidad, que sirvió para alterar el reparto de papeles: de rocoso, Elkoro pasó a poroso, agotado en muchas ocasiones por su propia estrategia. Rápidamente, los dos protagonistas se enzarzaron en los cuadros medios de la cancha en una política de bombardeo, musculosa. Trallazo va, defensa viene y viceversa, la reunión pasó enseguida a convertirse en maratón de golpes, con la estrategia del aguante numantino como único argumento (tanto defensivo como ofensivo). La frescura inicial de Elkoro le permitió acomodarse en sus teorías, conducir el encuentro hacia la pelea sorda deseada. Así, remontó la desventaja inicial y se colocó con un favorable 4-3 que certificaba aparentemente la valía de sus intenciones. La duda no pareció incomodar a Eugi. Su reacción sirvió para apuntalar la seguridad depositada en su juego, voluntariamente conducido al terreno donde mejor sabe expresarse Aitor Elkoro. De acuerdo con lo previsto, Elkoro se defendía fiado a su costumbre. Extrañamente, Eugi renunció a sutilezas atacantes e hizo de su pegada su único argumento destructivo. Voluntariamente, el pelotari de Aóiz escogía las mismas armas (o, mejor dicho, prescindía de aquellos atributos que le permiten extraerse del lote) para derrotar a su rival. Un acto de generosidad o tal vez un apagón transitorio de lucidez. Eugi despega Los intercambios favorecieron alternativamente a los interesados, pero la igualdad desapareció cuando se desinfló el físico de Elkoro. A mitad de partido, con el marcador apretado, Elkoro empezó a sudar con la seguridad de Eugi. Sus manotazos también perdieron intención. Eugi no se inmutó. Empezaba a ganar con las reglas propuestas por Elkoro, y acabó por concederse mínimos detalles preciosistas: un par de tímidas dejadas para alterar pudorosamente la rutina del pelotazo. No cambió nada. Tan sólo se aceleró el cambio de cartones en un marcador que empezaba a favorecer claramente al navarro. También tomó velocidad la inconsistencia de Elkoro, éste incapaz de improvisar soluciones. La genialidad corresponde a otros, a muy pocos. Así, agotadas las esperanzas honestas del trabajador Elkoro, se impuso la serenidad y la fuerza de Eugi, implacable en sus andanadas, seguro en su determinación de finiquitar con decoro el trámite. Sin emoción, se dedicó a hundir a su rival, atascado en los tantos 9 y 10, impotente pero no entregado. Eugi ganaba su txapela a golpe de azada. Quizás pensó que el premio no merecía más dedicación que la obligada, no más brillo que el que concede este medio título.

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