Tribuna:

Alergia y libros

El paseo de Carruajes del Retiro se convierte todos los años por estas fechas en el paseo de las Casetas de los Libros. Cientos de editoriales se adosan unas a otras y decenas de escritores, codo con codo como nunca durante el resto de las temporadas, ofrecen a lectores o a simplemente curiosos su presencia y su firma. La Feria del Libro de Madrid supone siempre una suerte de anticipo del verano y allí nos congregamos miles de madrileños, sudorosos y alérgicos, para celebrar que todavía existe lo que ahora llaman el "objeto libro" (que no el libro-objeto) y para constatar que lloriqueamos lueg...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El paseo de Carruajes del Retiro se convierte todos los años por estas fechas en el paseo de las Casetas de los Libros. Cientos de editoriales se adosan unas a otras y decenas de escritores, codo con codo como nunca durante el resto de las temporadas, ofrecen a lectores o a simplemente curiosos su presencia y su firma. La Feria del Libro de Madrid supone siempre una suerte de anticipo del verano y allí nos congregamos miles de madrileños, sudorosos y alérgicos, para celebrar que todavía existe lo que ahora llaman el "objeto libro" (que no el libro-objeto) y para constatar que lloriqueamos luego existimos. Cuando yo era adolescente y conservaba todavía ciertas y variadas fes (quiero decir que tenía cierta fe en esto y cierta fe en lo otro: problemas numéricos del lenguaje dogmático), esperaba esta semana de principios de junio como agua de mayo (y, de hecho, siempre llueve tropical): había pasado mucho tiempo acumulando ahorros para comprarme un libro y había pensado, cotejado, seleccionado, rechazado, elaborado listas, para dar con el libro (a lo sumo me llegaba para dos; tres era una auténtica fiesta) más deseado.Me vestía con mi indefectible atuendo retroexistencialista (vaquero un poco caído y muy raído, enorme camisa de hombre por fuera y unos zapatos de dos colores, cordones, loneta y cuero, que nos encantaban, y las gafitas de miope leve que yo consideraba imprescindibles), me apertrechaba de kleenex, intentaba disimular la rinitis, la blefaritis, la conjuntivitis, la faringitis, la bronquitis y la sinusitis poniendo cara de interesante y me iba al Retiro, a la Feria del Libro.

Como todos los fetichistas, era extremadamente tímida; como todos los tímidos, era extremadamente descarada, excepto para lo que me apasionaba de verdad: así que llegaba hasta aquellas casetas donde se hallaban mis admirados escritores y jamás me atreví a pedir un autógrafo a ninguno de ellos (a pesar de ser la encargada en el colegio, por ejemplo, de hacer todo aquello a lo que no se atrevían las demás). Pero a mis amados escritores los observaba, los acechaba, los rondaba, me acercaba lo más posible para distinguir algún gesto, algún movimiento, alguna señal que yo creía que nadie sino yo guardaría para siempre. Intentaba que me vieran para morirme de vergüenza, de pánico o de orgullo, si llegaba a producirse esa improbable corriente entre nuestros ojos que les desnudase mi amor (entonces yo no distinguía todavía entre obra y autor; ahora sí, ahora sí...).

Seguro que más de uno de aquellos años me fui emocionada a mi casa de Moncloa, llorando de alergia o de alegría, pensando que había estado a muy pocos centrímetros de alguno de mis adorados y abrazando su libro sin firmar como si realmente esa sola cercanía anterior tuviera la propiedad de dotar al libro de la posibilidad añadida de decir algo sólo para mí, y que después yo lo leería, yo lo escucharía, llorando de alergia o de alegría, en el parque del Oeste. Pasan los años y la alergia permanece y la alegría se desvanece o la alergia se desvanece y la alegría permanece o ambas permanecen y ambas se desvanecen: yo ya no sé. Pero la Feria del Libro se repite una y otra vez, ahora ya, para mí, idéntica a sí misma. Sí, sí, ahí están, año tras año, obras y autores (que ya dintingo bien y no confundo), editores, amigos, conocidos, desconocidos, mamás, papás, niños, abuelitos, hace un calor que te asfixias, va a caer una que te mueres, dónde nos metemos, hola qué tal, está firmando fulano, acabo de ver a zutano, pues a mí me la suda, la camiseta, digo, el calor, que el calor me suda la camiseta, qué bonito, los niños acercándose al libro, ¿y esa cola?, ah claro, pues les va a dar algo, a los de la cola, en la cola o después, cuando lo lean, hola hola, pues el asma, vaya cuídate, hola hola, qué alegría, firmo a tal hora, ah pues me paso sin falta, sin falta, seguro, seguro, oye esto no hay quien lo aguante yo me voy a tomar algo, qué alergia, yo me largo. Sí, sí. La Feria del Libro de Madrid.

Pero cualquier año inesperado uno puede volver a ser adolescente: observar, tímido y fetichista, al autor de tus sueños; acercarte sin ser visto esperando y temiendo que te vean; acechar esa señal, ese gesto, ese movimiento que nadie sino tú guardará para siempre; apretar bajo el brazo un libro sin firmar que dice algo sólo para ti. Lloriquear de alergia y de alegría. Uno puede encontrar, en la Feria del Libro, al autor de su obra.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En