Crítica:CANCIÓNCRÍTICA

Raíces

Pedro Guerra. Palau de la Música. Valencia, 24 de mayo de 1999.El guerrismo que tira de la nueva generación de cantautores, mantiene sus constantes vitales bien altas. Pedro Guerra necesita cada vez un local más grande para actuar. Cada vez que abre la boca, sus palabras encuentran un eco inmediato, repleto de risas, en un auditorio que corresponde, básicamente, a su generación. Y, aunque es de Tenerife, encuentra en "las palmas" su terreno más familiar: Los conciertos de Guerra están llenos de palmeros a quienes instruye, medio en broma medio en serio, para que no le destrocen el ritmo a las...

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Pedro Guerra. Palau de la Música. Valencia, 24 de mayo de 1999.El guerrismo que tira de la nueva generación de cantautores, mantiene sus constantes vitales bien altas. Pedro Guerra necesita cada vez un local más grande para actuar. Cada vez que abre la boca, sus palabras encuentran un eco inmediato, repleto de risas, en un auditorio que corresponde, básicamente, a su generación. Y, aunque es de Tenerife, encuentra en "las palmas" su terreno más familiar: Los conciertos de Guerra están llenos de palmeros a quienes instruye, medio en broma medio en serio, para que no le destrocen el ritmo a las canciones y se conviertan de verdad en cómplices de un concierto en el que la comunicación alcanza altas temperaturas. Guerra pasó por Valencia para presentar sus nuevas canciones, recogidas en un álbum, Raíz, donde se combinan las suaves caricias de temas como Bahía con los ritmos cadenciosos de Daniela, retazos de historia como El elefante y la paloma con manifiestos como el que da título al nuevo disco y efusiones ácratas como Contra el poder. Su autor combinó todas estas piezas con sus propios hitos: Debajo del puente, Contamíname o Dibujos animados, alternando baladas y ritmos planetarios que igual procedían de su Canarias natal, como de Brasil o el Caribe. Pero tal vez lo más novedoso de esta gira viene cuando, sin el sexteto, se queda solo en el escenario e ironiza sobre sus orígenes como cantautor, sobre el ridículo papel del poeta adolescente, repescando algunas de sus primeras canciones o recordando, guitarra en ristre, a quienes le ayudaron a crecer como inspirado artista: Silvio Rodríguez, Lluís Llach, Serrat o Caetano Veloso, a quienes versioneó con talento y gracia. Ése es, probablemente, el Pedro Guerra menos ingenuo que crece y se explica a sí mismo, mientras produce canciones y provoca pasiones y bises sin cuento con su frágil encanto.

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