Tribuna:DEBATELas elecciones generales en Israel

¿Pito, pito, gorgorito?

Las cancillerías del mundo occidental esperan en suspenso, al menos los raros ocios que les permite la catástrofe yugoslava, el resultado de las elecciones israelíes, que en primera vuelta se celebrarán mañana, lunes. Si los votantes en vez de ser israelíes fueran los altos representantes de la comunidad política occidental, el saldo sería abrumador. Es difícil imaginar que ni un solo mandatario del mundo democrático le pueda dar su sufragio al actual jefe del Gobierno israelí, el nacional-derechista Benjamín Netanyahu, mientras que todos ellos oran, unánimes, para que venza el líder laborista...

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Las cancillerías del mundo occidental esperan en suspenso, al menos los raros ocios que les permite la catástrofe yugoslava, el resultado de las elecciones israelíes, que en primera vuelta se celebrarán mañana, lunes. Si los votantes en vez de ser israelíes fueran los altos representantes de la comunidad política occidental, el saldo sería abrumador. Es difícil imaginar que ni un solo mandatario del mundo democrático le pueda dar su sufragio al actual jefe del Gobierno israelí, el nacional-derechista Benjamín Netanyahu, mientras que todos ellos oran, unánimes, para que venza el líder laborista, Ehud Barak.La razón de tan mundial concierto es la de que el proceso palestino-israelí, al que Netanyahu tiene bajo respiración asistida, se supone que entonces reencontraría su sendero de paz bajo la gobernación del ex general Barak, que, tras pasarse un tiempo tratando de parecerse al difunto general Rabín, derrota ahora hacia Tony Blair, madre de todas las terceras vías.

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¿Está justificada, sin embargo, tanta esperanza?

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¿Qué diferencias hay, con respecto al proceso de paz, entre los dos candidatos a formar Gobierno en Israel?

Jerusalén: ninguna. Ambos dejan muy claro que jamás se alterará el estatus de la ciudad santa, pese a que en los acuerdos de Washington de 1993 se prevé la negociación de su futuro entre israelíes y palestinos, habida cuenta de que éstos reivindican la parte árabe de la misma como futura capital de un Estado independiente, más futuro todavía.

Líbano: indistinguible. Ambos han asegurado que, tras su victoria en las elecciones, procederán a la retirada de la franja al sur del río Litani, que el Ejército israelí ocupa desde 1978 para bloquear la infiltración de la guerrilla palestina. Uno y otro, también, exigen garantías a Beirut de que eso no hará de la frontera un coladero, con lo cual volvemos a la primera casilla del juego porque ni Beirut tiene poder para garantizar nada ni Damasco, que sí lo tiene, va a pagar un precio por lo que quiere gratis.

El Golán: misteriosa. Ambos proclaman su deseo de llegar a un acuerdo con Siria para evacuar todo o parte de las colinas conquistadas en 1967, pero ninguno es explícito sobre las condiciones de esa retirada, para la que Damasco, en cualquier caso, tiene tan poca prisa como en Líbano, porque desea figurar en el arreglo general de la zona y no quedar descolocado, como Egipto en 1979 con una paz sólo bilateral con Israel.

Cisjordania: cuantitativa. Los dos dirigentes admiten la idea de la retirada de una parte de Cisjordania; los dos excluyen el regreso a las fronteras de antes de 1967; los dos pretenden mantener a la gran mayoría de los colonos -unos 160.000- establecidos en la tierra cobrada a Jordania, bajo soberanía israelí, lo que significa que la evacuación lo sería siempre de forma parcheada; es decir, dejando como extensas manchas de leopardo los establecimientos judíos en la zona. La diferencia, sobre el papel, estriba en que el derechista ha hablado en privado de una retirada máxima de un 50% del territorio, y el laborista subiría seguramente la apuesta.

Estatus de Palestina: terminológica. A Netanyahu le costaría mucho admitir el nombre de Estado para la entidad política palestina que un día emergiera de futuros acuerdos, mientras que Barak, menos nominalista, escanciaría independencias de nombre quizá con mayor facilidad; pero ambos están bastante de acuerdo en que a ese palimpsesto más o menos estatal habría que limitarlo militar y políticamente de forma que nunca constituyera una amenaza más que, a lo sumo, para los propios palestinos.

¿Significa todo ello que da igual blanc bonnet que bonnet blanc? No exactamente. El eventual triunfo de Barak puede ser el de un estilo diferente de gobernar. Allí donde Netanyahu ha practicado la política de tierra quemada sobre la que sostenerse en el poder -prometer lo que sea a casi quien sea para allegar escaños en la Kneset-, Barak, si gana con alguna claridad, reposaría sobre una coalición de partidos más sólida, menos dada al espíritu de zoco y Rastro, todo lo vendo, todo lo compro, propio de Netanyahu, con lo cual sería mucho más dueño de sus actos y de sus promesas. En esa tesitura, Barak podría partir de una posición negociadora no fundamentalmente distinta a la de Netanyahu hoy, pero que mientras que la de éste no ha dejado de encogerse como la piel de onagro al menor amago irritado de su coalición de ultras, la suya podría expandirse sobre la base de una confianza recobrada con la parte palestina.

Ésa es la única diferencia de algún peso entre Barak y Netanyahu: que cabe un acto de fe en el primero, que ya parece difícil otorgarle al segundo.

M. Á. Bastenier es periodista, autor de La guerra de siempre (Pasado, presente y futuro del conflicto árabe-israelí) (Península, 1999).

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