Crítica:"LOS COMUNES"

Hermida en su gallinero

Nunca pensé que llegaría el momento en que echaría de menos a Pepe Navarro en la programación televisiva de madrugada. Me acordaba de él la otra noche mientras me tragaba en Antena 3 el nuevo programa de Jesús Hermida, Los comunes, otra vuelta de tuerca al debate de siempre sobre los temas de siempre disfrazada de contribución al intercambio democrático de ideas sobre esos asuntos que a todos, pero a todos, ¡oigan!, nos atañen. Y es que el inefable Pepe, en su miseria moral, no engañaba a nadie. No era más que un vendedor de residuos tóxicos audiovisuales que le daba al público lo que q...

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Nunca pensé que llegaría el momento en que echaría de menos a Pepe Navarro en la programación televisiva de madrugada. Me acordaba de él la otra noche mientras me tragaba en Antena 3 el nuevo programa de Jesús Hermida, Los comunes, otra vuelta de tuerca al debate de siempre sobre los temas de siempre disfrazada de contribución al intercambio democrático de ideas sobre esos asuntos que a todos, pero a todos, ¡oigan!, nos atañen. Y es que el inefable Pepe, en su miseria moral, no engañaba a nadie. No era más que un vendedor de residuos tóxicos audiovisuales que le daba al público lo que quería. "¿Queréis basura? ¡La tengo toda! ¡Gratis!": ése era su, en el fondo, inocuo mensaje. Pero Jesús Hermida no tiene bastante con montar uno de esos guiragáis a su mayor gloria que tanto le gustan. ¡No, Hermida tiene que mostrarse como un hombre bueno, cuyos programas contribuyen a la consolidación de la democracia! A tal fin, se marca un decorado que intenta reproducir la Cámara de los Comunes británica, obliga a los participantes en el debate a utilizar un ridículo lenguaje parlamentario, consigue que Cristina Almeida le robe tiempo a su dedicación al bien de los españoles convirtiéndola en su secretaria, y disfraza el usual e inútil debate televisivo de tormenta de cerebros.

El tema elegido para inaugurar el espacio fue la anorexia, en el que Antena 3 ha ido muy fuerte antes de que los telefilmes de sobremesa fueran sustituidos por el programa de Ana Rosa Quintana (los días pares tocaba anoréxicas; días impares, bulímicas). Un bando, comandado por Juan Echanove, estaba a favor de que el Gobierno tomara cartas en el asunto. El otro, cuyo portavoz era un Fernando García Tola con aspecto de haber pasado los últimos cinco años en el bar de Moe con Homer Simpson, se mostraba en contra de cualquier injerencia del poder en el asunto. Y a pesar de las, digamos, buenas intenciones de Hermida, a los diez minutos aquello ya se había convertido en el habitual pandemónium en el que todo el mundo lanza sus argumentos al contrario en forma de gritos.

Para hacer callar a sus invitados, Hermida sólo tenía dos armas: la publicidad y un mazo que se había autootorgado como el gran moderador que es, y que, curiosamente, jamás fue lanzado a la cabeza del amigo Tola, empeñado en monopolizar el debate con un discurso tan contundente como inconexo.

Tras lamentar la presencia en este lamentable espectáculo de gente que aprecio, como Antón Reixa y Moncho Alpuente, sólo me queda clamar por el pronto regreso de Pepe Navarro a la madrugada catódica. [El programa Los comunes tuvo una audiencia de 1.572.000 espectadores, con una cuota de pantalla del 21.5%, según informó ayer Antena 3].

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