Un toque de genialidad

A Carles Moyà no le gusta entrenarse, pero suple sus carencias con una extraordinaria clase y con genialidades: una derecha con la que desborda, un buen saque y una mentalidad ganadora

No es un chico corriente. Por su aspecto puede parecer tímido, y está confirmado que en algún momento lo fue. Pero no ahora. Carles Moyà, de 22 años, ha ido modificando sus hábitos a medida que el tenis ha sustituido aspectos anteriores de su vida. Aunque él se esfuerza en afirmar que sigue siendo el mismo, no es verdad. Ha cambiado, y mucho. Aquel chico tímido que Alberto Tous, ex jugador mallorquín como Carles, recomendó a Juan Bautista Avendaño para que lo incluyera en el grupo de competición del CAR ha dejado paso a un jugador de extraordinarias cualidades y con una personalidad clara y de...

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No es un chico corriente. Por su aspecto puede parecer tímido, y está confirmado que en algún momento lo fue. Pero no ahora. Carles Moyà, de 22 años, ha ido modificando sus hábitos a medida que el tenis ha sustituido aspectos anteriores de su vida. Aunque él se esfuerza en afirmar que sigue siendo el mismo, no es verdad. Ha cambiado, y mucho. Aquel chico tímido que Alberto Tous, ex jugador mallorquín como Carles, recomendó a Juan Bautista Avendaño para que lo incluyera en el grupo de competición del CAR ha dejado paso a un jugador de extraordinarias cualidades y con una personalidad clara y definida.Tal vez lo que más le haya inducido al cambio sea el abanico de posibilidades que ahora tiene abierto en el horizonte. Eso no podía vislumbrarse ni por asomo hace solamente cuatro años, cuando Moyà estaba entrando en el circuito profesional y sólo apuntaba buenas maneras. "Entonces era un gran chico. Y tenía ya mucho carácter. Tenísticamente, no tuve ninguna duda de que llegaría. Pero incluso a mí me sorprendió que fueran tan pronto", comenta Avendaño, que ahora sigue trabajando en la creación de nuevos valores tenísticos.

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Sin embargo, lo hizo. En cuestión de un año (enero de 1997) se plantó en la final del Open de Australia y dejó de ser un tenista anónimo para convertirse en una estrella que volvía locas a las jóvenes de las tierras antípodas y a muchas más del Viejo Continente. El salto tenístico de Moyà se produjo en un chasquido. Y su cambio vital, también. Tenía entonces 20 años, y a esa edad es difícil asimilar el éxito cuando ni siquiera se cuenta con él. De golpe se encontró con una cuenta corriente saneada, con primas de entre 10 y 15 millones por jugar determinados torneos, y con un Porsche metalizado en la puerta de su casa.

Y también pronto comenzó a vivir un idilio apasionado con la jugadora rumana Raluka Sandu, que le ayudó a aprender inglés en cuestión de tres meses pero que concluyó a finales del año pasado. Fue y sigue siendo el deportista más carismático de Mallorca. Desde los primeros momentos, la televisión local le dedicó amplios espacios, y dos reporteros se desplazaban a todos los torneos importantes para informar sobre sus partidos. Moyà era el centro del mundo. Y pagó aquella borrachera de éxito con seis meses de abstinencia tenística. Desde enero de aquel año hasta agosto, en Indianápolis, su nombre no volvió a aparecer entre los finalistas del circuito. Después, en cambio, ganó el torneo de Long Island en pista rápida y fue semifinalista en el Masters.

Fue en aquella época cuando el mundo entero comenzó a conocer detalles sobre la personalidad del mallorquín. Se supo que escribe y come con la derecha pero que juega al tenis con la zurda. Que a los 12 años ganó a su padre en un partido de tenis por primera vez.

Que le confundieron con una niña a los 14 años, en el club de tenis La Salut, y no le dejaban entrar en el lavabo de caballeros, por su aspecto aniñado y por la larga melena que siempre ha adornado su cabeza. Que había llegado al Centro de Alto Rendimiento (CAR) a los 17 años con la vitola de que era muy buen jugador pero un poco patoso. Que Nike le ofreció el primer contrato en 1994 a pesar de que perdió en la primera ronda de la Orange Bowl (torneo junior), por recomendación expresa del agente Chris Vermeeren: "Fichadle inmediatamente, cuadra a la perfección con nuestra imagen de marca". Y que sabe divertirse cuando está fuera de competición. Entonces se descubrió también que no le gusta entrenarse. Es un rasgo habitual en los genios. Y no hay duda de que él lo es. "Hay que buscar estrategias para que los entrenamientos no le resulten demasiado aburridos", explica Josep Perlas, que dirige sus pasos desde que Moyà dejó el CAR de Sant Cugat. "Es trabajador, pero psicológicamente se siente poco motivado por los entrenamientos. Lo suyo es competir".

No es fácil encontrar a Moyà entrenándose en una pista, simplemente porque no necesita mucho tiempo para prepararse. Es más fácil verle jugando al fútbol-tenis con Perlas, Luis Miguel Morales (su preparador físico) y algún otro jugador. A McEnroe le ocurría lo mismo. "Con media hora de trabajo tengo bastante", decía el campeón estadounidense. Sin embargo, al igual que Moyà, en la pista suplía sus deficiencias con genialidades: en el caso de Carles, una derecha con la que desborda, un buen saque y una mentalidad tremendamente ganadora. Esos rasgos le han permitido convertirse en campeón de Roland Garros (1998) y ser finalista del Masters, ganando y perdiendo respectivamente ante Àlex Corretja. Y es, incuestionablemente, lo que le ha llevado al final a ser el primer español que ocupa el trono del número uno del tenis mundial.

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