Tribuna:ANÁLISIS

El error de un sumario espectáculo

Casi ocho meses después de haberse escrito la primera línea, el sumario del caso Festina no acaba de avanzar. Y el juez de Lille, Patrick Keil, parece ahora un hombre dividido entre sus deseos de actuar con rigor y su gusto por el aspecto mediático del caso. Sus decisiones han puesto patas arriba el ciclismo, han generado la preocupación popular, desencadenado una ola de actuaciones políticas en toda la Unión Europea y hasta una conferencia extraordinaria auspiciada por el COI.Keil tiene indicios de que se ha cometido un delito generalizado, pero no da con las pruebas. Pero en ve...

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Casi ocho meses después de haberse escrito la primera línea, el sumario del caso Festina no acaba de avanzar. Y el juez de Lille, Patrick Keil, parece ahora un hombre dividido entre sus deseos de actuar con rigor y su gusto por el aspecto mediático del caso. Sus decisiones han puesto patas arriba el ciclismo, han generado la preocupación popular, desencadenado una ola de actuaciones políticas en toda la Unión Europea y hasta una conferencia extraordinaria auspiciada por el COI.Keil tiene indicios de que se ha cometido un delito generalizado, pero no da con las pruebas. Pero en vez de intentar amarrar lo que ya tiene por seguro, esto es, un masajista pillado in fraganti conduciendo un coche cargado de productos dopantes prohibidos, y el director y el médico de ese mismo equipo, el Festina, confesos de haber puesto en marcha un sistema de dopaje organizado, ha preferido lanzarse a través de múltiples jardines que le han llevado a un callejón sin salida y a un estado de ansiedad. Los avatares que está sufriendo el equipo ONCE y su director, Manolo Saiz, aparte de poner en duda el rigor de la investigación, son una magnífica ilustración del momento de confusión que vive.

El último mes han sido 30 días de jugar al escondite usando a la prensa como testigo, todo lo contrario a la discreción y a la seriedad que suelen acompañar a la investigación de asuntos importantes para la fama de personas e instituciones.

En el procedimiento judicial 1392/98, el conocido como caso Festina, la única prueba que hay contra el ONCE son unas declaraciones de Alex Zülle y unos cuantos productos farmacéuticos que podrían dar positivo si los tomara un corredor y por cuya importación en Francia está inculpado el médico del equipo, Nicolás Terrados. No hay más. Con esas armas, el juez no puede llegar muy lejos. Necesita más: hechos, confesiones, datos, lo que sea. Por ello hace que la policía judicial convoque como testigo a Manolo Sáiz. Pero lo hace de tal forma que más parece buscar sabrosos titulares en los periódicos que obtener la presencia del director español ante sus taquígrafos. Son citas imposibles, todas con su corolario mediático. Asuntos anecdóticos si no fueran tan serios.

La primera convocatoria fue para el 2 de febrero. Le citaba a Manolo Saiz nada menos que una traductora española de francés mediante el fax de su despacho. Se le pedía al técnico otro imposible: que llevara de la mano a los nueve corredores del ONCE que se retiraron del Tour de 1998 (dicho sea de paso: son los únicos ciclistas a los que cita a través de su director; a los demás que han declarado los convocó individualmente). Los abogados de Saiz le escriben al juez, le explican que ésas no son formas y excusan su asistencia. Los titulares del tipo "¿qué teme Saiz?" "¿qué esconde la ONCE que no va a declarar a Francia?" florecen en la prensa los días posteriores: los medios judiciales de Lille se encargaron de filtrar una no comparecencia anunciada. Mientras, el juez le comunica a la ONCE que toma nota de sus objeciones y que la próxima cita se hará en buena forma.

Lo siguiente es la surrealista citación en Burdeos. Los abogados de Saiz, que saben que la mayoría de los citados como testigos acabaron detenidos en comisaría, atan bien todos los cabos. Le recuerdan a la policía que hay convenios internacionales que protegen a los testigos extranjeros; le informan al embajador francés en Madrid de los precedentes de garde à vue para prevenir su repetición. Y sin lograr que nadie en Francia le ofrezca garantías de respeto a su libertad, acude a declarar. En comisaría le dicen que la cita se ha aplazado.

Al día siguiente, la prensa francesa habla de que Saiz ha montado otro número para sabotear la investigación. Pero no se pregunta algo más razonable: ¿qué le impide al juez convocar a Saiz o a quien guste cumpliendo escrupulosamente todos los tratados internacionales? ¿qué le impide efectuar un interrogatorio en España? ¿por qué espera que todos los testigos accedan a ir a la policía por propia voluntad, pero arriesgándose a ser detenidos?

Cumpla el juez su trabajo, investigue tan lejos como apunten los indicios de que dispone, sea tenaz hasta el límite, pero hágalo sin concesiones gratuitas, sin fisuras legales que permitan el absurdo de un comisario de policía que le da plantón a un testigo aparentemente importante. No caiga en el error de hacer del sumario un espectáculo.

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