Tribuna:

Libertad de palabra

CARLOS COLÓN Tener libertad de palabra no es sólo poder decir lo que se piense o lo que se quiera, con los únicos límites que están marcados por la Constitución, sino poder hacerlo sin que la palabra sea utilizada en sentidos distintos al que ha sido dicha y sin el consentimiento de quien la ha dicho. Lo segundo -el consentimiento- neutraliza la objeción que inmediatamente se podría hacer a lo primero: lo dicho dicho está, y lo escrito escrito está; quien habla o quien escribe es dueño de su palabra al escribirla o al decirla, pero deja de serlo desde el momento en que la pronuncia o se publi...

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CARLOS COLÓN Tener libertad de palabra no es sólo poder decir lo que se piense o lo que se quiera, con los únicos límites que están marcados por la Constitución, sino poder hacerlo sin que la palabra sea utilizada en sentidos distintos al que ha sido dicha y sin el consentimiento de quien la ha dicho. Lo segundo -el consentimiento- neutraliza la objeción que inmediatamente se podría hacer a lo primero: lo dicho dicho está, y lo escrito escrito está; quien habla o quien escribe es dueño de su palabra al escribirla o al decirla, pero deja de serlo desde el momento en que la pronuncia o se publica. ¿Del todo? Desde luego que no. Se pierde el control sobre la interpretación, pero no, del todo, sobre su uso. Si hemos de calcular la posibilidad de utilización de lo que escribimos, perdemos libertad de palabra y nos convertimos en políticos: entonces la medida de nuestra palabra no será la sinceridad y la independencia, sino la oportunidad y el cálculo, y las ideas o las creencias de quien escribe dejarán de ser referencias para convertirse en complicidades. Con ello caeríamos en la trampa que hace imposible cualquier crítica dentro de las estructuras de partido o institución, bajo la coartada de que criticar es hacerle el caldo gordo a la competencia (o rivales, o enemigos, según el momento). Ya saben, aquellos de que los trapos sucios se lavan en casa; lo que siempre quiere decir que no se lavan y que además se quita de enmedio a los limpios, para que la mugre se note menos. Viene todo esto al caso de la reproducción de un artículo escrito por mí en unos papeles del PP. En primer lugar, la cortesía: nadie me ha pedido autorización para su reproducción. En segundo lugar, la vergüenza: ese artículo era un elogio de la alcaldesa por su saber estar institucional por encima de las contingencias partidistas en aquellos asuntos que lo exigían, y un denuesto de quienes desde el PSOE y el PA utilizaron partidistamente unas muertes que considero patrimonio de todos los sevillanos. Reproducir ese artículo, precisamente ese, fuera de su contexto y en una publicación de partido es convertirlo en propaganda de un partido, y así volverlo contra él mismo para hacerle decir precisamente lo contrario de lo que en él se decía. En ello se da un triple abuso: hacia quien lo ha escrito, hacia lo que en él se dice y hacia la verdad. Porque en los partidos, que yo sepa, no se da la comunión de los santos ni la circulación de la gracia, y los méritos de la alcaldesa, que estaba ya en un centrismo real y no estratégico en los años en que el fragasaurio bramaba, no se contagian, ni muchísimo menos, a todo el PP. Sólo en este usar partidistamente lo que fue una llamada contra el partidismo evidencian lo que son. A pesar de todo ello, volvería a escribirlo. No se debe renunciar a la libertad de palabra por temor al uso que se pueda hacer de ella: es la forma más refinada de rendirse a la censura. Y cualquier censura es lo completamente ajeno a la independencia de este periódico al que leo y respeto antes, durante y -desde hoy- después de haber escrito en él.

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