Pasión por Kurnikova

Si el Open de Australia desplegó en 1997 la moyamanía, este año es el turno de la jugadora rusa Ana Kurnikova, 13ª mundial. Con sólo 17 años, Kurnikova despierta pasiones. Ayer un grupo de aficionados pidió a Korda que se apresurara a eliminar a Julián Alonso, porque tenían ganas de ver ya el partido de Kurnikova, el siguiente del programa en aquella pista.La grada estaba llena para verla. Y Ana se movía por la pista como una reina, orgullosa de tener rendidos tantos corazones. Mientras su rubia coleta ondeaba al viento, en la grada podían leerse varios números de teléfono, escritos en...

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Si el Open de Australia desplegó en 1997 la moyamanía, este año es el turno de la jugadora rusa Ana Kurnikova, 13ª mundial. Con sólo 17 años, Kurnikova despierta pasiones. Ayer un grupo de aficionados pidió a Korda que se apresurara a eliminar a Julián Alonso, porque tenían ganas de ver ya el partido de Kurnikova, el siguiente del programa en aquella pista.La grada estaba llena para verla. Y Ana se movía por la pista como una reina, orgullosa de tener rendidos tantos corazones. Mientras su rubia coleta ondeaba al viento, en la grada podían leerse varios números de teléfono, escritos en letras bien grandes, con la esperanza de que la tenista rusa retuviera alguno. "Y el séptimo día, Dios creó a Ana", proclamaba otra pancarta. Pero cuando Kurnikova comenzó a jugar, y sobre todo a sacar, llegaron las frustraciones. La rusa cometió 31 dobles faltas -acumula 91 en los cuatro partidos que ha jugado este año- y gracias a eso la japonesa Miho Saeki (80ª mundial) estuvo a punto de ganarla, cuando dominaba el partido por 6-1 y 4-2. Sólo las indecisiones de Saeki permitieron a Kurnikova ganar 10 juegos consecutivos y situarse con 5-0 en la tercera manga. Pero ahí volvieron los problemas con su saque. Y entonces se oyó una voz en la grada: "¿Necesitas una ración de sexo?".

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Ana acabó exhausta, pero ganó (10-8) y ahora se enfrentará a la alemana Andrea Glass (74ª). Las dobles faltas, sin embargo, no ponen en cuestión la fidelidad que le profesa el público australiano, como a Moyà en 1997.

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