Tribuna:

Institutos de PePelandia

ROSA SOLBES En PePelandia no hay acto que se precie que no acabe con canapés o paella. Constataba con pesar tan nutricia vertiente de las solemnidades oficiales el colega de Información Jesús Alonso. Fue a raíz de los 24 millones de vellón que costó la coronación de la Virgen del Remedio como patrona de Alicante, fasto para el que se eligió como escenario no una basílica ni una ermita, sino, como si de vulgar exaltación presidencial se tratara, el estadio donde el Hércules muerde el polvo cada quince días. Y muchos lamentamos que no se hubiera encontrado una forma más provechosa de fundirse l...

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ROSA SOLBES En PePelandia no hay acto que se precie que no acabe con canapés o paella. Constataba con pesar tan nutricia vertiente de las solemnidades oficiales el colega de Información Jesús Alonso. Fue a raíz de los 24 millones de vellón que costó la coronación de la Virgen del Remedio como patrona de Alicante, fasto para el que se eligió como escenario no una basílica ni una ermita, sino, como si de vulgar exaltación presidencial se tratara, el estadio donde el Hércules muerde el polvo cada quince días. Y muchos lamentamos que no se hubiera encontrado una forma más provechosa de fundirse los cuartos, por ejemplo unos cursos de capacitación profesional, una guardería o unos jardines para el deprimido barrio que se llama como Nuestra Señora, y que de buen seguro habrían resultado más gratos a sus ojos que tan poco piadoso sarao. ¡Ay si los presuntos homenajeados pudieran hablar sobre esta vocación gastronómica tan contagiosa! Se ha publicado la foto de un busto en mármol del Literato Azorín en un curioso trance. Miraba el monovero, con ese gesto escueto tan suyo, fijamente a la cámara. Como si, siendo aún subsecretario de Instrucción Pública, contemplase con tristeza la huelga y la sentada de alumnos del instituto que lleva su nombre, en protesta por la falta de profesorado. En la página siguiente se informaba de que el Año Azorín y el centenario de la Generación del 98 fueron conmemorados por la Mancomunidad con una visita al panteón y a la Casa-Museo, "para finalizar con una comida en la Sociedad Cultural". A saber cómo habría descrito Gabriel Miró el paisaje interior del centro que honra su memoria en Alicante, con aseos peores que los de la Renfe años cuarenta, y pilares reventados por la oxidación. O si se evoca la voluntad penitente de San Vicente Ferrer permitiendo que su instituto sea una nevera y que los "padres abatidos" hayan de llevarse al notario puesto a la decimoquinta entrevista con el conseller. ¿Acaso no habría tenido el asceta un sermón presto a compadecer a las alumnas ateridas, cubiertas por mantas, él que aspiraba a "instruir al humilde y no disputar con los arrogantes"? En Callosa del Segura, hasta el Santiago Grisolía (nombre bien caro a los pepelandeses organizadores de eventos y dispensadores de dietas generosas) registra carencias. El doble turno obliga a recortar entre 10 y 15 minutos las clases de la tarde. O sea, que había un problema y se ha solucionado: donde caben 350 caben 650, y sólo hay que calzar 22 cursos en nueve aulas. Parecido amontonamiento al del Ferrer i Guardia, en Valencia, donde se refugian los del derribado Benlliure. Para mayor recochineo, y tras un trágico fallecimiento por meningitis, la autoridad sanitaria recomienda ventilar y limpiar bien cuando entre los alumnos que se van y los que vienen no transcurre ni una hora. Por no hablar del Mare Nostrum de Alicante, que hace juego con su ribera emponzoñada. "La normalidad marca el inicio de curso", dictaminó la autoridad de PePelandia en octubre mientras justificaba que Enric Valor no merece dar nombre a un centro de secundaria. Al principio de este trimestre, los estudiantes de Tavernes Blanques han escrito a los Reyes pidiendo un instituto y aportando una peseta. Pero quizá no sea una buena idea. Porque yo no estaría tan segura de que no se las gastarán en vino (de honor, eso sí).

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