Tribuna

Cuatro minutos de sueño

Los que tenemos doble militancia -el Tenerife, el Barcelona- siempre sonamos con un resultado mítico, aquel 0-5 de la época de Cruyff, en cualquier encuentro de nuestros colores superpuestos cuando éstos se enfrentan al Real Madrid. Ese sueño duró ayer en el Bernabéu exactamente cuatro minutos, el plazo que se dio Raúl para acabar de un pelotazo bien medido, a pase ilegal de Roberto Carlos -la maldita chilena de Roberto Carlos-, con la apetecible pero efímera imbatibilidad de Unzúe.El sueño, pues, no duró nada; a partir de entonces los de la doble militancia nos conformábamos con el ...

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Los que tenemos doble militancia -el Tenerife, el Barcelona- siempre sonamos con un resultado mítico, aquel 0-5 de la época de Cruyff, en cualquier encuentro de nuestros colores superpuestos cuando éstos se enfrentan al Real Madrid. Ese sueño duró ayer en el Bernabéu exactamente cuatro minutos, el plazo que se dio Raúl para acabar de un pelotazo bien medido, a pase ilegal de Roberto Carlos -la maldita chilena de Roberto Carlos-, con la apetecible pero efímera imbatibilidad de Unzúe.El sueño, pues, no duró nada; a partir de entonces los de la doble militancia nos conformábamos con el zapping para construir un encuentro surreal, y atribuíamos al Tenerife los goles que centraba o que marcaba Figo en el partido del Nou Camp. Quien no se conforma quiere sufrir; al final del partido real, el disputado por el Madrid y el Tenerife en el Bernabéu, el zapping arrojó un dato salomónico: el equipo local y el goleado visitante habían disfrutado del uso del balón al 50%; pero el resultado, que es el cash flow de esta teoría de la economía práctica que es el fútbol, dejaba bien a las claras la evidencia final, la derrota inapelable, la vieja venganza del Madrid. ¿Inapelable? El Tenerife tuvo aquellos cuatro minutos de sueño, pero luego tuvo al menos un cuarto de hora de gloria posible, los que precedieron al descanso, cuando el empate estuvo hasta dos veces en un ay, y los nuevos jugadores de Aimar, acaso reconfortados por el supuesto golpe de pecho del entrenador argentino, acariciaron la posibilidad de impedir el desarrollo de la maquinaria todavía defectuosamente engrasada de uno de los gigantes de los estadios.

Tenerife -y el Tenerife- están acostumbrados a gestas improbables e incluso en la historia de la isla se cita como memorable la heroica defensa de su puerto frente a las huestes de Nelson, a las que derrotó Santa Cruz. Después del caso Mista, que puso en pie de guerra, al menos verbal, a la directiva tinerfeñista frente al consejo de Lorenzo Sanz, el encuentro se presentaba con todos los ribetes de la batalla, sin diplomacia por medio, y el empate mascado parecía en ese instante del partido la consecuencia psicológica posible de tanto dime y direte directivo.

No pudo ser, como dicen los comentaristas parciales, y fueron cayendo uno tras otro los argumentos del Madrid frente a un conjunto al que sólo defiende la calidad inoperante del juego y la ineficacia de la estadística: el Tenerife tocó el balón el mismo tiempo, pero las redes fueron del otro. Y quien toca red, toca la vida; lo otro se queda en el campo del sueño, y éste duró ayer 19 minutos; los 15 de gloria fueron igual de engañosos, el aperitivo de la derrota.

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