Tribuna:

Valores

Quién dice que Europa es un continente exhausto, sin valores que defender. El otro día entraba yo en un bar y me encontraba a un rebaño de parroquianos congregados hipnóticamente frente al televisor, celebrando con voces y bufidos las evoluciones de las veintidós camisetas bicolores que se repartían la pantalla: cada golpe en el poste y cada zancadilla eran aclamados con un coro unánime de apóstrofes o adjetivos rematados con sonoras oes y enes. De repente, un nuevo visitante que hablaba desde detrás mía, en el rincón opuesto al de la congregación, espetó suicidamente que prefería mil veces qu...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Quién dice que Europa es un continente exhausto, sin valores que defender. El otro día entraba yo en un bar y me encontraba a un rebaño de parroquianos congregados hipnóticamente frente al televisor, celebrando con voces y bufidos las evoluciones de las veintidós camisetas bicolores que se repartían la pantalla: cada golpe en el poste y cada zancadilla eran aclamados con un coro unánime de apóstrofes o adjetivos rematados con sonoras oes y enes. De repente, un nuevo visitante que hablaba desde detrás mía, en el rincón opuesto al de la congregación, espetó suicidamente que prefería mil veces que ganase el Bolonia, un equipo rival y además extranjero, en vez del autóctono porque el Betis le parecía una mierda y además su presidente era un sinvergüenza y los béticos no sabían perder etcétera. La reacción no se hizo esperar: el corifeo del grupo, luego de una solemne sarta de insultos, exigió la expulsión del establecimiento de un individuo que atentaba tan gravemente contra la integridad deportiva y aun la nacional: "Tú ni eres español ni nada". El hombre puso tierra de por medio ante lo tórrido de la situación, y cuando yo volví a casa me enteré de que en Madrid acababan de descorazonar a un chaval a navajazos por vulnerar algo parecido a lo que acababa de oír defender, el honor deportivo, el honor patrio, yo qué leches sé, ni tampoco creo que lo supiera la mano que hincó el puñal. El perspicaz Albert Boadella señalaba en una ocasión que el fútbol está tomando el rango alarmante de un nuevo credo; Gil y Sanz se transforman paulatinamente en Jomeinis y Savonarolas de rebaja, el Santiago Bernabéu atrae más multitudes que la Kaba y el Pilar de Zaragoza, la construcción de la nueva basílica de Lopera se acerca al faraónico levantamiento de San Pedro del Vaticano. En un mundo tan falto de valores, no deja de ser un consuelo. Al diablo Splenger, Vattimo, Lyotard y todos esos miopes que afirman que nuestra cultura se ha quedado esclerótica, que no nos restan ideales profundos que defender: tenemos el fútbol. Nuestros hijos lucharán por una liga de veintidós equipos, las multitudes saldrán a la calle para impedir que los clubes bajen injustamente a segunda división. Decoraremos las paredes de nuestros hogares con vistosas banderolas surcadas de escudos viriles, algo mucho mejor que la dichosa foto de comunión de la niña; aprenderemos puntualmente todos los estribillos con los que nos dejaremos la voz los domingos. Regalaremos a nuestros niños una equipación de diez mil pesetas cuando todavía no tengan edad para lucirla, los fustigaremos para que muerdan como perros a quienes se atrevan a mancillar los colores locales. Alégrense, nada de esto es triste: Occidente tendrá guerra santa para hacer la competencia a talibanes, libios e iraníes, que además de feos y polígamos ni siquiera saben jugar al fútbol. Los muy salvajes.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En