Abril

MIQUEL ALBEROLA La figura de Fernando Abril Martorell resurge a instancias del presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, quien, en los tiempos en que el de Picassent cortaba bacalao a espuertas en la Moncloa, se conformaba con figurar en un menester de poca monta del Ministerio de Transportes de Luis Gámir. Abril vuelve, apenas unos meses después de haberse ido para siempre, con el objeto de ser ondeado por Zaplana para exaltar su importancia política, su grandeza humana y su contribución a la recuperación de las libertades públicas y a la consecución de un marco legal estable para la de...

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MIQUEL ALBEROLA La figura de Fernando Abril Martorell resurge a instancias del presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, quien, en los tiempos en que el de Picassent cortaba bacalao a espuertas en la Moncloa, se conformaba con figurar en un menester de poca monta del Ministerio de Transportes de Luis Gámir. Abril vuelve, apenas unos meses después de haberse ido para siempre, con el objeto de ser ondeado por Zaplana para exaltar su importancia política, su grandeza humana y su contribución a la recuperación de las libertades públicas y a la consecución de un marco legal estable para la democracia. Sería tendencioso negar a Abril alguno de los méritos por los que se le ensalzará el lunes en el Salón de Cortes del Palau de la Generalitat. Pero no lo sería menos juzgar a quien fue vicepresidente del Gobierno por UCD sólo por esos mismos méritos, sin considerar su gestión en otros asuntos que no pueden desvincularse de su gran palmarés de éxitos. Abril Martorell también es célebre por dar carta de naturaleza política al conflicto lingüístico valenciano, cuando decidió usar a grupúsculos de inequívoca filiación fascista (aunque con la piel de cordero de un patriotismo chico que trataba de evitar una delirante invasión catalanista) como fuerza de choque para desgastar al PSOE. Sin embargo a Abril se le fue el juguete de las manos, para beneficio de los que han hecho de esta malversación histórica su industria y su fórmula magistral para blanquear un pasado político muy negro. Y para hilaridad del resto de España. No fue su único logro. Debajo de la cúpula del hotel Palace de Madrid, ladeando su lengua de culebra con insistencia, le vendió una cabra difunta a Joan Lerma envuelta con las tapas del Estatut. A tan sólo unos meses de la mayoría absoluta de octubre del 82, en unos días en los que hasta un ciego veía que UCD estaba muerta y en proceso de descomposición, los socialistas aceptaron todas sus condiciones y renunciaron a símbolos y denominaciones que hoy facilitan persecuciones a profesores y censuras de libros. A su lado, Zaplana camelando a Joan Romero con la Acadèmia Valenciana de la Llengua, es sólo un aprendiz. Quizá su mejor aprendiz. Por eso lo canoniza pasado mañana.

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