Tribuna:

Ejercicio de idoneidad para Aznar y Borrell

Un cúmulo de observaciones coincidentes anotadas durante años sobre la realidad del país, y sobre las de otros países que forman parte de nuestro contexto, permite afirmar que en las democracias al uso antes de ganar las elecciones el partido y el candidato que encabeza sus listas proceden a cumplir, aun sin saberlo, con los preceptivos ejercicios de idoneidad. De la misma manera cabe resaltar que cuando un partido y un candidato incorporan en profundidad, aunque sea de forma inconsciente, la idea de la derrota se aprestan a infligírsela con premura efectuando todos los ejercicios de idoneidad...

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Un cúmulo de observaciones coincidentes anotadas durante años sobre la realidad del país, y sobre las de otros países que forman parte de nuestro contexto, permite afirmar que en las democracias al uso antes de ganar las elecciones el partido y el candidato que encabeza sus listas proceden a cumplir, aun sin saberlo, con los preceptivos ejercicios de idoneidad. De la misma manera cabe resaltar que cuando un partido y un candidato incorporan en profundidad, aunque sea de forma inconsciente, la idea de la derrota se aprestan a infligírsela con premura efectuando todos los ejercicios de idoneidad requeridos para que las pérdidas en las urnas tengan la dimensión suficiente. El momento presente ofrece un ejemplo de ambas predeterminaciones.A un lado, José María Aznar, al que nadie concedía posibilidades ni siquiera en su entorno familiar, al que sólo adulaban quienes pretendían mantenerlo controlado bajo tutela, al que los más avispados pensaban utilizar como ariete instrumental para la aniquilación de los competidores incómodos en el ámbito profesional correspondiente. En suma, un político sin carisma, sin capacidad de comunicar, al que las cámaras no quieren, sin ambiente en las encuestas pese al viento de popa. Al otro lado, José Borrell, el del efecto, toda una figura de máxima brillantez parlamentaria, un dialéctico temido en todo el hemiciclo, conocido del uno al otro confín, una figura con arrastre en los estudios de TV, un deportista de mar y montaña. Un político bregado en las mas graves responsabilidades gubernamentales, deslumbrante vencedor de las elecciones primarias, esperanza del socialismo del siglo XXI.

Pero cada uno de los dos va en derechura a cumplir con el papel para el que su figura le hace en principio contraindicado. Aznar ha elegido la senda del centro y atendiendo a sus objetivos suelta lastre sin que aún se manifieste el encono. Entiende el presidente que quienes le sirvieron de costaleros para instalarle en la Moncloa son, en las nuevas circunstancias, un obstáculo para la ambicionada permanencia en Palacio y procede a licenciarlos. Lo hace cuidando de que caigan en blando. Pero las destituciones de Miguel Ángel Rodríguez como portavoz, de Francisco Álvarez Cascos como secretario general del PP o de Fernando López Amor como director general de RTVE revelan una extraña maestría en el difícil arte de la defenestración que nadie había supuesto en Aznar. El viento sopla en su favor pero también lo hacía cuando las encuestas sólo le retribuían con desconsideraciones. Ahora los aciertos de Aznar multiplican su onda expansiva mientras que los errores propenden a difuminarse sin dejar rastro inmediato.

En cuanto al candidato del PSOE, José Borrell, se ha encariñado tanto con la figura de víctima, de extraordinarios resultados cuando las primarias, que se diría sólo sabe salir a escena como plañidera, un papel al que ha dotado en su interpretación de amplísimos registros. El de Borrell puede terminar siendo un test para comprobar cómo el navegante que no sabe dónde va es imposible que encuentre viento favorable. El PSOE antes de su victoria del 82 procedió a rehabilitarse ante el empresariado, la Iglesia, las Fuerzas Armadas y los interlocutores internacionales. El PP intuyendo acercarse a la mayoría ha sabido desactivar a los sindicatos, mejorar la implantación del partido donde brillaba por su ausencia, como en el País Vasco y en Cataluña, y curarse de los canibalismos aniquiladores por cualquier vía digital que hayan sido intentados.

Pero aliviémonos porque en los momentos de apogeo siempre se dejan ver los gérmenes de la decadencia. De ahí que un colega haya advertido ayer en su comentario de la Cadena Ser que un escalofrío recorrió a la ciudadanía escuchando cómo José María Aznar asumía la responsabilidad de liderar el proyecto democristiano en el mundo. ¡Cuidado! porque los españoles de a pie guardan memoria de cómo han sido penalizados cada vez que sus líderes políticos se han sentido tocados por la gracia e investidos del deber de señalar a la humanidad o a la cristiandad el rumbo a seguir. Eso de ser ejemplo y asombro del mundo ha tenido otras veces un precio inaceptable. Pero el próximo martes trataremos de las hormigas y su organización social.

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