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JAIME ESQUEMBRE Mientras ella amasaba el engrudo, su marido colocaba los ladrillos uno tras otro. Algo torcidos, sí, pero sólidos como una roca en sentimiento y ahínco. Así, poco a poco, el chamizo se convirtió en una vivienda digna que compartieron muchos años, hasta que él se le adelantó en un viaje sin billete de vuelta. En esa casa, increíblemente húmeda en invierno pero acogedora durante el estío por el azote de la brisa mediterránea, Josefa vivió, parió y crió a sus hijas casi con tanto esfuerzo como cuando amasaba cemento. Es su coraza protectora, su búnquer, todo cuanto consiguió con ...

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JAIME ESQUEMBRE Mientras ella amasaba el engrudo, su marido colocaba los ladrillos uno tras otro. Algo torcidos, sí, pero sólidos como una roca en sentimiento y ahínco. Así, poco a poco, el chamizo se convirtió en una vivienda digna que compartieron muchos años, hasta que él se le adelantó en un viaje sin billete de vuelta. En esa casa, increíblemente húmeda en invierno pero acogedora durante el estío por el azote de la brisa mediterránea, Josefa vivió, parió y crió a sus hijas casi con tanto esfuerzo como cuando amasaba cemento. Es su coraza protectora, su búnquer, todo cuanto consiguió con su pareja y todo cuanto mantiene y defiende con uñas y dientes. Claro que para salir airosa de la penúltima batalla precisaría uñas y dientes de felino. A Josefa le han dicho que tiene que abandonar su casa, una estructura que quedará reducida a la nada cuando sea masticada por una de esas enormes y amenazadoras máquinas que actúan en nombre del progreso. Le han dicho, a Josefa, que es por el bien general. Pero es comprensible que ella, a su edad, no entienda en qué puede beneficiar al resto de los mortales que su casa desaparezca. Van a construir un parque temático muy importante, le dicen, allá en la sierra. "¿Y a mí qué me dicen de montañas si vivo junto al mar?", pregunta Josefa. No importa, el proyecto es tan importante que merece la pena estirar un poco la raya sobre el mapa y ampliar su ámbito de influencia directa hasta la casa misma de Josefa. Le han dicho, a Josefa, que tiene que vender, porque de otra forma se pondrá en marcha la maquinaria burocrática y será expropiada. La Ciudad de la Luz es lo primero. Ella no hace más que darle vueltas al asunto. ¿Cuánto valdrá ese ladrillo puñetero de la tercera fila de la habitación de la niña que tanto les costó colocar porque no había forma de que se mantuviera firme para dar forma a la pared? He ahí la cuestión. Ni las administraciones ni las leyes saben de sentimientos. No son tangibles. Ese ladrillo se pagará según mercado, localización y antigüedad. Josefa no vende.

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