CRÍTICAPOP

Magia

Kramer y Polar. Black Note. Valencia, 9 de octubre de 1998.Se sabía que el del pasado viernes era un concierto minoritario para paladares exquisitos, aunque nadie se imaginaba que tanto: a los valencianos Polar les tocó el duro trago de iniciar su pase ante una treintena de espectadores -demostrando, una vez más, que su propuesta resulta aún más sugerente e hipnótica en las distancias cortas- y Kramer, llegado de Nueva York para actuar por primera vez en España, no fue capaz más que de duplicar el número de asistentes. Las fechas, sin duda, tuvieron gran parte de la culpa, pero la escasa prom...

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Kramer y Polar. Black Note. Valencia, 9 de octubre de 1998.Se sabía que el del pasado viernes era un concierto minoritario para paladares exquisitos, aunque nadie se imaginaba que tanto: a los valencianos Polar les tocó el duro trago de iniciar su pase ante una treintena de espectadores -demostrando, una vez más, que su propuesta resulta aún más sugerente e hipnótica en las distancias cortas- y Kramer, llegado de Nueva York para actuar por primera vez en España, no fue capaz más que de duplicar el número de asistentes. Las fechas, sin duda, tuvieron gran parte de la culpa, pero la escasa promoción del concierto y el desconocimiento de la obra del artista norteamericano poco pudieron contribuir a mejorar la situación. Es preciso, pues, hacer memoria: Mark Kramer, propietario del prestigioso estudio de grabación Noise New York y del sello discográfico Shimmy Disc, ha producido a bandas de calibre de Galaxie 500, Buthole Surfers o Half Japanese, y ha militado en formaciones como Shockabilly, BALL o Bongwater. Todo un agitador, y un genio, de la escena alternativa neoyorquina más dinámica, arriesgada e imaginativa. Una leyenda, o casi, del circuito underground. ¿Dónde se escondió el público independiente? No fue, sin embargo el Kramer más excéntrico, enrevesado y caótico el que aterrizó en Valencia. Más bien, el Kramer acústico, contenido e intimista, devoto de Woody Guthrie y cautivado por el modo, aparentemente sencillo, con el que Jad Fair o Daniel Johnston acarician o arañan, según corresponda, la fibra sensible del oyente. Arropado por la embriagadora cantante y guitarrista Mara Flynn -a medio camino entre el clasicismo y el neo-folk de, por ejemplo Lisa Germano-, el músico recorrió durante una hora escasa (y sin propinas) los melancólicos pasajes del álbum Milkweeds, acreditado a nombre de Milksop Holly. Pura magia.

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