Tribuna

EL enigma de Denilson

Las alarmas han saltado en la banca de Lopera: por algún conjuro sevillista o tal vez por algún pernicioso influjo de la crisis asiática, la cotización de Denilson comienza a caer estrepitosamente en el mercado del fútbol. El caso puede resumirse en cinco palabras: el crack ha hecho crash.Hasta el momento las opiniones sobre el fiasco están divididas. Pero, más allá de pronósticos interesados, la afición se contagia de la feria bursátil y todo el mundo se pregunta si estamos ante un desmayo pasajero o ante la pájara del siglo. Al margen de los inevitables rumores sobre escapadas nocturnas y ot...

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Las alarmas han saltado en la banca de Lopera: por algún conjuro sevillista o tal vez por algún pernicioso influjo de la crisis asiática, la cotización de Denilson comienza a caer estrepitosamente en el mercado del fútbol. El caso puede resumirse en cinco palabras: el crack ha hecho crash.Hasta el momento las opiniones sobre el fiasco están divididas. Pero, más allá de pronósticos interesados, la afición se contagia de la feria bursátil y todo el mundo se pregunta si estamos ante un desmayo pasajero o ante la pájara del siglo. Al margen de los inevitables rumores sobre escapadas nocturnas y otras correrías del artista, los béticos se dividen al valorar el problema; mientras la venta de amuletos se ha disparado en la calle de Sierpes, unos buscan pelea en los chiringuitos del barrio, otros invocan a Curro Romero en los zaguanes de la Maestranza y los más radicales proponen la inmediata contratación de algún exorcista entrenado en el rastreo, captura y expulsión de gafes, cenizos y malasombras. Para complicar las cosas, siempre aparecen inoportunamente las señales de mal agüero: siempre hay un cantaor que desafina y un bailaor que se tuerce el tobillo cuando alguien mienta al fenómeno, y siempre hay un espía que aprovecha el alboroto para llevarse de la bandeja el mejor taquito de jamón. Total, que Sevilla está al borde del conflicto civil.

Los efectos secundarios de la depresión no se han hecho esperar: convencidos de que el chico no puede carburar en la liga española, los descreídos empiezan a pensar que su leyenda es una superchería y se encomiendan en tropel al beato Finidi. Tienen un fundado sentimiento de duda: aquel despliegue tropical, aquellos toques de fantasía y aquellos regates bordados en el aire que ilustraban el juego de la selección brasileña se han convertido en el cajón de los petardos. Puro artificio, dicen.

Y, sin embargo, Denilson es una apuesta segura. Con menos de veinte años ha mandado al piso a los marcadores más rudos de Sudamérica y ha puesto a pensar a toda la nómina de entrenadores brasileños. Cuando enganchaba tres recortes seguidos, un pequeño cataclismo se desencadenaba en el estadio: la cancha se encogía, los fanáticos se sublevaban, las líneas cedían y los sistemas terminaban saltando por los aires. Sus prodigios estaban cantados; aunque procedía de una escuela unida por el talento, o menino era la última representación de una estirpe de ejemplares únicos, de seres incomparables en los que el genio original se limitaba a cambiar de forma.

En resumen, Denilson puede ser un nombre en clave. Seamos pacientes: es probable que muy pronto se haga llamar Garrincha.

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