OPINIÓN DEL LECTOR

Abogado agradecido

El reciente encarcelamiento de los señores Barrionuevo y Vera, y el aliento que recibieron de miles de personas en el durísimo momento de su ingreso en prisión, me hace recordar que el 21 de octubre de 1995, en la más absoluta soledad, mi propia hermana pasó por esa amarga experiencia, afortunadamente por algunas horas. Y no en virtud de sentencia firme, sino en atención al dictado de un auto de prisión provisional. Su marido la acusaba de incumplir un auto de medidas provisionales, concretamente de negarse a la entrega de su hijo menor, entonces enfermo y al que no conocía. Pero su conducta e...

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El reciente encarcelamiento de los señores Barrionuevo y Vera, y el aliento que recibieron de miles de personas en el durísimo momento de su ingreso en prisión, me hace recordar que el 21 de octubre de 1995, en la más absoluta soledad, mi propia hermana pasó por esa amarga experiencia, afortunadamente por algunas horas. Y no en virtud de sentencia firme, sino en atención al dictado de un auto de prisión provisional. Su marido la acusaba de incumplir un auto de medidas provisionales, concretamente de negarse a la entrega de su hijo menor, entonces enfermo y al que no conocía. Pero su conducta estaba justificada y, desde luego, no era delictiva: el pasado 2 de abril, el Juzgado de lo Penal número 1 de Granada la absolvió de toda responsabilidad (la noticia de su inocencia, por cierto, no fue recogida por EL PAÍS, que sí informó sobre el encarcelamiento en su edición del 1 de noviembre de 1995). Sin embargo, éste no es el momento de censurar aquella decisión, ni a quienes la propiciaron, alentaron o aplaudieron. Ni siquiera a los que irresponsablemente encontraron acomodo legal a la impotente mala intención de su cliente. Es, por el contrario, la hora de dar las gracias a los buenos amigos que nos arroparon en días tan dolorosos: Manuel Calderón Cámara, un secretario judicial ejemplar, y la humanidad de todos los funcionarios a su cargo; y más aún, de expresar público reconocimiento a dos tan sobresalientes letrados como extraordinarias personas, Rafael Torres García y José Manuel Acosta Martínez, capaces por sí solos de reconciliar al que suscribe con la profesión de abogado.- . .

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