Los rusos

ROSA SOLBES Así que la mundialización era ésto: a Vladimir (se llamaba), le acribillan en la Dehesa de Campoamor, y los matones se volatilizan más rápido que el rublo. Poco después, y sin conexión aparente, al hijo de su jardinero se le esfuma también el puesto de trabajo en la fábrica de zapatillas que exporta (exportaba) a San Petersburgo. Las mafias se han globalizado todavía más de lo que siempre estuvieron y su espíritu internacionalista se basa en una doctrina Monroe que avala el derecho, y hasta el deber de intervención en cualquier lugar del mundo siempre que se pueda sacar tajada. A...

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ROSA SOLBES Así que la mundialización era ésto: a Vladimir (se llamaba), le acribillan en la Dehesa de Campoamor, y los matones se volatilizan más rápido que el rublo. Poco después, y sin conexión aparente, al hijo de su jardinero se le esfuma también el puesto de trabajo en la fábrica de zapatillas que exporta (exportaba) a San Petersburgo. Las mafias se han globalizado todavía más de lo que siempre estuvieron y su espíritu internacionalista se basa en una doctrina Monroe que avala el derecho, y hasta el deber de intervención en cualquier lugar del mundo siempre que se pueda sacar tajada. Algo así como la Hidra de Carlos Fuentes o el propio G-7. Un tiempo hubo en que en estas tierras acogedoras recibimos generales croatas en busca de camuflaje entre naranjos, nazis jubilados a la sombra del Montgó, comandos de la OAS construyendo apartamentos o montando pastelerías en la playa del Postiguet... Pero rusos, lo que se dice rusos, no conocíamos más que a los malos de las películas o alguna referencia demoníaca que nos traía la División Azul: todos monstruos de pesadilla nuclear por los que había mucho que rezar. También, si uno era de los otros, por lo bajini nos pintaban héroes y benefactores que habían dado techo y comida a tantos, tras la estampida del 39. Algunos de los cuales, niños de la guerra o no, acabarían regresando con un hatillo de muñequitas, caviar y ámbar del Báltico. También sonaba bien, desde luego, El tema de Lara. No pasaría demasiado tiempo para que todo aquello nos dejara de impresionar, porque pronto Rusia se convirtió en un destino turístico (ideológicamente, el de la ida entusiasta y el regreso desencantado) y una quincena en El Cortes Inglés. La cosa es que ahora, en La Marina y La Zenia, los rusos acarrean maletines de dólares, pasaportes falsos y cuentas pendientes que suelen saldar con plomo, por mucho que la policía haya querido disimularlo. Ya está claro y hasta el Cesid lo reconoce. Compran casas millonarias y coches de muchas válvulas, pero de pronto desaparecen sin dejar rastro. Pero los banqueros, joyeros o peleteros no suelen pedir el certificado de buena conducta. Menuda diferencia con los armenios, georgianos y azerbayanos de la trifulca en el Centro de Acogida de Mislata (ese mismo día). A partir del intento de secuestro de Dénia (hace unos meses) y de la matanza de Vladimir, con unas cuantas chicas, se podría hacer una película de James Bond. Mientras que la otra bronca apenas daría para un docudrama de muchísimo llorar... En cualquier caso, ambos casos indican el profundo fracaso de unos rezos que no se hicieron con el suficiente fervor. Rusia y el Doctor No están mal convertidos, una chapuza hecha deprisa y corriendo. Menos mal que ahora el diario ABC se hace eco de la campaña del rosario. Consiste en que usted adquiere con 1.000 pesetas el librito Bajo tu amparo nos acogemos y un rosario bendecido por el Papa. Y, además, enviarán en su nombre gratuitamente otro a Rusia. O sea, que ni Fondo Monetario Internacional, ni envíos humanitarios, ni brigada anti-mafia. A los rusos, más rosarios y menos policía, aunque sólo sea por la recuperación de los mercados bursátiles. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?

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