Tribuna:

Venció la política

Populares y socialistas, Eduardo Zaplana y Joan Romero, si se prefiere, pueden sentirse satisfechos del acuerdo que alcanzaron en las Cortes Valencianas por el que se crea la Acadèmia Valenciana de la Llengua. El palacio de Benicarló, escenario de algunos de los más tristes y lamentables episodios de la peculiar transición valenciana en los que menudearon los insultos y no faltó algún que otro garrotazo, fue la sede de un pacto al que no le viene grande el calificativo de histórico. Ayer, por unas horas, la mayor parte de la clase política valenciana se reivindicó a sí misma recordando, con má...

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Populares y socialistas, Eduardo Zaplana y Joan Romero, si se prefiere, pueden sentirse satisfechos del acuerdo que alcanzaron en las Cortes Valencianas por el que se crea la Acadèmia Valenciana de la Llengua. El palacio de Benicarló, escenario de algunos de los más tristes y lamentables episodios de la peculiar transición valenciana en los que menudearon los insultos y no faltó algún que otro garrotazo, fue la sede de un pacto al que no le viene grande el calificativo de histórico. Ayer, por unas horas, la mayor parte de la clase política valenciana se reivindicó a sí misma recordando, con más de veinte años de retraso, a aquella que hizo posible la Transición española con mayúsculas. El diálogo, la negociación, la tensión que implica la defensa de posturas propias, la transacción, incluso la escenografía que siempre rodea a los grandes acontecimientos estuvieron presentes para hacer posible el triunfo de la política, que de eso se trataba y no, como algunos pretendían, del éxito o del fracaso de la filología. Con el acuerdo venció la política y quienes la hacen posible, que no son otros, vale la pena recordarlo, que los legítimos representantes del pueblo valenciano y no algunos voceras mediáticos. Cualquiera otra decisión que no fuera la adoptada ayer por la inmensa mayoría de los diputados habría supuesto un fracaso de incalculables consecuencias para ellos mismos. Vale recordar que todo este proceso comenzó con la decisión de sacar de la agenda política la polémica lingüística para trasladarla a una institución con menos carga partidista e ideológica: el Consell Valencià de Cultura cuyos miembros fueron capaces de llegar a un consenso en torno a un dictamen ambiguo, polémico y retorcido, pero mayoritariamente asumido. Hubiera resultado suicida para sus señorías que la polémica, en vías de solución desde instancias apolíticas, recobrara toda su virulencia en el mismo instante en que volviera a contaminarse tras el contacto con los políticos. El descrédito para quienes tienen la obligación de velar por los intereses generales de todos los valencianos habría sido irreparable. Y más aún: su fracaso hubiera supuesto el éxito de quienes creen que cuanto peor, mejor. Los cambios observados ayer en las actitudes del presidente de la Generalitat y del secretario general del PSPV-PSOE respecto de las mantenidas hasta unos instantes previos a la celebración del pleno pueden obedecer a las circunstancias más variopintas: desde hacer de la necesidad virtud hasta las presiones externas, pasando por la fragilidad de algunos argumentos; pero fueran cuáles fueran esos motivos lo que quedará no serán las minucias de la negociación, sino la voluntad política que hizo posible el consenso y el acuerdo entre PP y PSOE.

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