Tribuna:VERANO 98

Fuego en el cuerpo

Cristina Gil es una anciana adorable que vive en Macarena Tres Huertas. Está viendo los toros en la tele. Nació en Hervás y su hija Lola está preparando el equipaje para marcharse a Túnez. Entre Túnez y Hervás, población cacereña que conserva uno de los más hermosos conjuntos de la civilización judía, hay una mágica ruta, unos acuerdos imaginarios de Camp David alimentados con un libro de viajes de Ramón Carande y una novela de Patricia Highsmith titulada El temblor de la falsificación que comienza en la recepción del Tunnisia Hotel. Doña Cristina se casó con un recovero de Guijuelo que vendía...

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DE PASADA

Cristina Gil es una anciana adorable que vive en Macarena Tres Huertas. Está viendo los toros en la tele. Nació en Hervás y su hija Lola está preparando el equipaje para marcharse a Túnez. Entre Túnez y Hervás, población cacereña que conserva uno de los más hermosos conjuntos de la civilización judía, hay una mágica ruta, unos acuerdos imaginarios de Camp David alimentados con un libro de viajes de Ramón Carande y una novela de Patricia Highsmith titulada El temblor de la falsificación que comienza en la recepción del Tunnisia Hotel. Doña Cristina se casó con un recovero de Guijuelo que vendía la mercancía en el mercado de Entradores del Arenal, donde antaño estuvo la cárcel del Pópulo. Dicen que la cantera de los recoveros venía de arrieros maragatos que bajaban a por sal y no subían. Jándalos de la Maragatería. Cristina Gil no es pariente de don Gil de las calzas verdes -el color de los billetes antes de su devaluación-, el alcalde soriano que quiere llenar Sevilla de Marbella. Cervantes y Quevedo se echan las manos a la cabeza, cómplices de esquina junto a la plaza de San Martín, a pocos metros de mancebías que ya son carnes de derribo. De Guijuelo, tierra de excelsos jamones, es también la familia de Luis Miguel Martín Rubio, delegado de Seguridad Ciudadana del Ayuntamiento de Sevilla. El edil estuvo con la familia en Isla Mágica y ni por asomo se le ocurrió subirse al Jaguar, ese megaterio de hierros que da manotazos de aire a los osados. Conoce el concejal a bomberos viriles curtidos en mil siniestros que le confiesan su pánico al artilugio. Terapia del telele de la que un usuario hace apostolado ante el concejal: le cura todos los males, menos el del miedo; de éste se redime torturando a las azafatas con canciones de ópera rusa, un ruso impostado que el miedo convierte en auténtico cuando acomete compases apócrifos de Boris Godunov. Hay toreros que como los bomberos le susurran confidencias a un Miura y se acogotan con el Jaguar. ¿Qué no sabrán del miedo Curro Romero y Antoñete? Comparten cartel en la primera de las corridas que conmemoran el siglo y medio de historia de la plaza de Antequera, que en 1848 abrieron José Redondo El Chiclanero y Juan Pastor El Barbero. En esa plaza Emilio Muñoz le dedicó un toro a Madonna para resarcirla del agravio rondeño. Y es que a la muchacha le encanta la porra antequerana.

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