Más de 30 conciertos para recordar

VIENE DE LA PÁGINA 1 Los asistentes más afortunados del festival tenían a su chófer particular en la puerta -léase una mamá enjoyada que abría el maletero de su coche de lujo a unos retoños adolescentes sin fijarse demasiado en su aspecto de supervivientes de alguna pequeña catástrofe, o un hermano mayor más comprensivo que comparaba experiencias pasadas en anteriores ediciones-. Pero la partida sorprendió a muchos con el saco de dormir pegado aún a la piel. Para algunos, la treintena larga de conciertos incluidos en el precio de la entrada no había logrado saciar su hambre de música. Como t...

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VIENE DE LA PÁGINA 1 Los asistentes más afortunados del festival tenían a su chófer particular en la puerta -léase una mamá enjoyada que abría el maletero de su coche de lujo a unos retoños adolescentes sin fijarse demasiado en su aspecto de supervivientes de alguna pequeña catástrofe, o un hermano mayor más comprensivo que comparaba experiencias pasadas en anteriores ediciones-. Pero la partida sorprendió a muchos con el saco de dormir pegado aún a la piel. Para algunos, la treintena larga de conciertos incluidos en el precio de la entrada no había logrado saciar su hambre de música. Como tampoco se conformaban con los sonidos de las campanas de la iglesia próxima -audibles por primera vez en muchas horas-, improvisaron un corro de tamtanes en donde antes estuviera la zona de baile. Aún quedaban energías para seguir con las palmas el ritmo de los tambores. También para agotar los carretes de las cámaras y dejar testimonio gráfico de su presencia en el U-Zona Reggae, y para poner a cero la cuenta corriente de moneda local gastando el último wailer en un café con leche, un helado o algún souvenir. Sentado en el suelo, entre latas de sardina y botes de fabada ya consumidos, un habilidoso del piercing con guantes de cirujano consiguió convencer a alguno de los asistentes para que invirtiera el capital sobrante en un decorativo pendiente en el labio o en la nariz. Aunque no pocos decidieron guardar las reservas finales de capital -los wailers no se cambian por pesetas- para la próxima edición del festival, que se celebrará, si las previsiones no fallan, el primer fin de semana de agosto de 1999. Hasta entonces han quedado suspendidas las amistades recientes, convocadas con un "nos vemos el año que viene". Una frase que a buen seguro también recitaban, aunque fuera anteriormente, los comerciantes de Torelló, para quienes bien valen la pena algunos kilos de basura suplementarios a cambio de los ingresos extra que los miles de asistentes al festival dejan en sus cajas registradoras.

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