Tribuna:

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E.CERDÁN TATO Detrás de todo gran político, hay siempre un gran actor. Lo que sólo era una sospecha o el enunciado de un principio, se ha confirmado: el candidato Josep Borrell se ha curado del vértigo escénico gracias a las artes de Albert Boadella. Josep Borrell están en condiciones de actuar en el hemiciclo: conoce el gesto, la pausa, la caracterización y hasta el "port de bras" del maestro Cecchetti, para salir con elegancia coreográfica de cualquier revés parlamentario. Los politólogos, los psicólogos, los adivinos y los realizadores andan investigando quién se encuentra detrás de nuestr...

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E.CERDÁN TATO Detrás de todo gran político, hay siempre un gran actor. Lo que sólo era una sospecha o el enunciado de un principio, se ha confirmado: el candidato Josep Borrell se ha curado del vértigo escénico gracias a las artes de Albert Boadella. Josep Borrell están en condiciones de actuar en el hemiciclo: conoce el gesto, la pausa, la caracterización y hasta el "port de bras" del maestro Cecchetti, para salir con elegancia coreográfica de cualquier revés parlamentario. Los politólogos, los psicólogos, los adivinos y los realizadores andan investigando quién se encuentra detrás de nuestros dirigentes. Con cierta interinidad, han instalado a espaldas de Felipe González, a John Wayne; a las de Julio Anguita, a Alfred Hitchoock; a las de Cristina Almeida, a Romy Schneider; a las de Alfonso Guerra, a Boris Karloff; a las de José María Aznar, a Walt Disney; a las de Eduardo Zaplana, a Julio Iglesias. El vértigo o mal escénico es clásico: el calzado para representar tragedias disponía de suelas muy gruesas y desde aquellas alturas pegaba el telele y el tartamudeo. A los coturnos de antaño, la tribuna y el escaño de hogaño. Esta circunstancia que viene de viejo invita a la reflexión: no sería desdeñable que, en lo sucesivo, a los candidatos se les exigiera certificado de aptitud en elocuencia, mimo, interpretación y urbanidad. Son muy escasos los que declaman en público, pero deberían hacerlo con la garantía del diploma. Y aquellos que se limitan a ocupar un asiento y darle al botón, que se adiestren para dormitar con los ojos muy abiertos y eduquen su ronquido en clave de flauta dulce; o bien que se cubran el rostro con la solemnidad de una máscara griega. Pero, en este punto, quizá lo más eficaz sea presentar listas de actores y actrices prestigiosos -en el caso de Aznar, a Micky Mouse- para que los ciudadanos, todo un elenco de votantes y consumidores resignados, vean y oigan, cuando menos, sesiones casi con el empaque de un Shakespeare. Y hasta podrían decir: detrás de un buen actor, hay siempre un buen político. Claro que los actores son muy mirados con su profesión.

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