Crítica:CRÍTICA» ROCK

Música y fuego

Rammstein Till Lindemann (voz), Paul Lander (guitarra), Richard Kruspe (guitarra), Oliver Riedel (bajo), Christian Lorenz (teclado) y Christoph Schneider (batería). Arena Auditorium. Valencia, 16 de mayo de 1998."Música para el oído y fuego para los ojos". Así describe el vocalista del sexteto berlinés Rammstein su propio espectáculo. Y, en efecto, no anda desencaminado. Cuando, mientras suena ese himno apocalíptico titulado con el nombre del grupo (y con el que, además, cierran también la actuación), Lindemann surge sobre el escenario con su espalda y brazos envueltos en llamas la frase comi...

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Rammstein Till Lindemann (voz), Paul Lander (guitarra), Richard Kruspe (guitarra), Oliver Riedel (bajo), Christian Lorenz (teclado) y Christoph Schneider (batería). Arena Auditorium. Valencia, 16 de mayo de 1998."Música para el oído y fuego para los ojos". Así describe el vocalista del sexteto berlinés Rammstein su propio espectáculo. Y, en efecto, no anda desencaminado. Cuando, mientras suena ese himno apocalíptico titulado con el nombre del grupo (y con el que, además, cierran también la actuación), Lindemann surge sobre el escenario con su espalda y brazos envueltos en llamas la frase comienza a adquirir significado. Durante los siguientes 70 minutos (bis incluido) la formación exhibe un amplio catálogo de efectos pirotécnicos (micrófonos y teclados ardiendo o el lanzallamas con el que el cantante simula abrasar al público) que, junto al aparatoso vestuario de tintes futuristas que lucen los músicos, permite evocar los paisajes y la estética cinematográfica de Mad Max. Un decorado y unos efectistas trucos de artificio que, aderezados con unos cuantos apuntes teatrales muy bien recibidos por la audiencia (como cuando el teclista Christian Lorenz navega, literalmente, sobre los espectadores en una barca hinchable o finge ser brutalmente sodomizado por Till Lindemann) y una agresividad escénica aterradora (no hay micrófono que se le resista al cantante, que difruta golpeándolos contra su cabeza y el suelo o lanzándolos al aire), encajan a la perfección en un discurso musical que, a la manera de los Nine Inch Nails de Trent Reznor (aunque con unos resultados, sin duda, inferiores), explora el lado más perverso, oscuro y violento del ser humano. Sin desviarse un ápice de los esquemas más elementales del rock industrial (ritmos pesados y repetitivos, guitarras estruendosas y próximas al metal, multitud de bases y sonidos programados y teclados con tendencia a crear atmósferas opresivas y brumosas), Rammstein consiguen convencer (entusiasmar, incluso) durante la primera media hora para, inmediatamente después, constatar que ahí mismo se agota su propuesta. Y aún así, en comparación, lo de Marilyn Manson (otra referencia inevitable) parece un juego de niños.

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