Tribuna

El crono y el "microchip"

Venía Juninho de darse un atracón de pastillas calcio cuando llamó el telegrafista. Eran noticias de Mario Lobo Zagallo, muy malas noticias en realidad: a última hora había sido eliminado de la lista de candidatos al Campeonato del Mundo. No pudo evitar un gesto de desazón; después de tantos meses de incertidumbre, después de una penosa aventura que había consistido en convertir una ensalada de tendones en un pie completamente sano, después del doble milagro de sobrevivir al fútbol y a la fisioterapia, se quedaba, a solas con sus maletas, en la sala de espera de la estación.-Si dicen que presc...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Venía Juninho de darse un atracón de pastillas calcio cuando llamó el telegrafista. Eran noticias de Mario Lobo Zagallo, muy malas noticias en realidad: a última hora había sido eliminado de la lista de candidatos al Campeonato del Mundo. No pudo evitar un gesto de desazón; después de tantos meses de incertidumbre, después de una penosa aventura que había consistido en convertir una ensalada de tendones en un pie completamente sano, después del doble milagro de sobrevivir al fútbol y a la fisioterapia, se quedaba, a solas con sus maletas, en la sala de espera de la estación.-Si dicen que prescinden de mí porque no he logrado recuperarme a tiempo, mienten. Me apartan del Mundial por razones tácticas, no por razones física -dijo muy abatido a los reporteros de la capital.

De pronto, a Brasil se le había roto el frasquito de la esencia. Probablemente, reemplazarlo no sería un grave contratiempo; teniendo en cuenta que allí prosperan tantos aromas, siempre habría un Denilson para suplir a un Juninho. Pero, con su ausencia, el Campeonato del Mundo perdería a uno de sus más ilustres magos de bolsillo, y el deporte moderno, una de las más acabadas representaciones del microchip. Con él también desaparecía una de las últimas coartadas del talento en la agresiva feria muscular.

Casi el mismo día, a 600 kilómetros de distancia, su colega Pep Guardiola le daba la vuelta al problema. Se tentaba la pierna por centésima vez, bajaba la cabeza, descolgaba el teléfono y decidía poner el cargo de medio-centro a disposición del seleccionador nacional.

-Le he dicho al míster que no cuente conmigo. Lo hemos intentado hasta el final, pero desgraciadamente no hemos podido llegar a tiempo.

Después de presentar su dimisión, Pep habrá pasado por dos sensaciones opuestas; una de impotencia y otra de liberación. Con ese gesto tan suyo daba por terminada una batalla contra el tiempo y, al mismo precio, se alejaba de una pesadilla que pasó por su vida con un inquietante olor a quirófano. Ahora era necesario llenar los pulmones y atreverse a decir vale, se acabó, no puede ser, la vida sigue, septiembre está cerca, qué otra cosa podemos hacer.

Es imposible calcular cuánto le ha costado decir me rindo , pero con esa renuncia ha convertido un mal mayor en un mal menor. Al menos ha conseguido conjurar el mal presentimiento que le persiguió durante toda la campaña de invierno como la fatalidad persigue a un general sin suerte.

-Guardiola me llamó para decirme que no estaría en condiciones de jugar una competición tan exigente como ésta. Yo sólo puedo responderle que le ofrezco nuestra concentración y nuestros entrenamientos por si le sirven para adelantar su recuperación. Además, un hombre como él siempre es útil en una situación como ésta -dijo, muy generoso, Javier Clemente con toda la pasión que pudo reunir ante las cámaras.

Sin embargo fue el suyo un gesto muy comprensible. Porque de repente descubrimos que no es fácil manejar una brújula, ni fabricar un segundero, pero es imposible improvisar un punto de referencia.

En Brasil, cuya patente es el embrujo, un duende puede hacer olvidar a otro duende. Pero, si hablamos de fútbol, aquí, al oeste del Mediterráneo, el dueño del Polo Norte es Pep Guardiola.

Archivado En