Tribuna:

Payaso

DE PASADAEl payaso norteamericano Jango Edwards demostró el jueves que en todas las ruedas de prensa, además de los convocantes, debería comparecer un cómico. La rueda de prensa es la forma en que la Administración, los partidos políticos o los colectivos sociales manifiestan cotidianamente la aflicción que embarga al mundo. Las hay de diferentes categorías, pero todas muy tristes. Los títulos son un ejemplo de desolación y abatimiento. Ayer, sin ir más lejos, hubo una titulada así: Firma del convenio del colaboración especial en gestión del Catastro. ¿Puede uno ser feliz con semejantes incent...

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DE PASADAEl payaso norteamericano Jango Edwards demostró el jueves que en todas las ruedas de prensa, además de los convocantes, debería comparecer un cómico. La rueda de prensa es la forma en que la Administración, los partidos políticos o los colectivos sociales manifiestan cotidianamente la aflicción que embarga al mundo. Las hay de diferentes categorías, pero todas muy tristes. Los títulos son un ejemplo de desolación y abatimiento. Ayer, sin ir más lejos, hubo una titulada así: Firma del convenio del colaboración especial en gestión del Catastro. ¿Puede uno ser feliz con semejantes incentivos? Este tipo de rueda de prensa es especialmente angustiosa, pues una vez firmados y repasados los convenios con una insana morosidad burocrática los comparecientes se quedan mirando con una sonrisa helada a los informadores, como si esperaran una recriminación o incluso el fin de los tiempos. La tristeza y el silencio llenan la sala hasta que el más avezado de los firmantes del convenio plantea la cuestión crucial, nunca resuelta, de la matafísica de la comunicación: "¿Alguna pregunta?". Pero la desolación es tan explícita que nadie tiene dudas sobre la melancólica condición de lo que allí ha acontecido y por tanto los informadores permanecen callados. Entonces sería el momento idóneo para que apareciera el cómico. Como demostró Jango Edwards, las provocaciones de los payasos son audaces y pueden incluso molestar a las víctimas. Ir a trabajar y que encima alguien te lama la calva o intente cogerte de un puñado las partes son sin duda bromas pesadas. Pero ¿no son preferibles tales riegos a la honda pena que produce la firma de un convenio sobre el catastro? ¿Será porque en los diccionarios el catastro y la catástrofe cohabitan en la misma página? ¿Quién puede sin recelos o temor tener fe en el catastro? Incluso uno de los cantantes con nombre más desenfadado, Manolo Kabezabolo, planteaba ayer en una entrevista publicada en estas páginas una pregunta demoledora, a la que nadie puede permanecer ajeno: "¿A quién no le han llamado cabeza de bolo alguna vez?". ¿Dónde están los traidores que critican nuestra cabeza?, preguntamos nosotros. Mejor, sí, que nos persiga un payaso.

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