Tribuna:

El acuerdo

La Comisión Ejecutiva Federal del PSOE aprobó anteayer un nuevo organigrama para distribuir las competencias del liderazgo socialista entre Almunia, secretario general, y Borrell, candidato a la presidencia del Gobierno. Desaparece así, el anterior modelo unipersonal: Felipe González, secretario general del PSOE entre 1974 y 1997, fue presidente del Gobierno desde 1982 a 1996. Queda por saber si Borrell y Almunia lograrán llevar a la práctica ese diseño sin poner en peligro la estabilidad del PSOE.Los partidos no son precisamente coros angélicos ni congregaciones de santos; aunque las formacio...

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La Comisión Ejecutiva Federal del PSOE aprobó anteayer un nuevo organigrama para distribuir las competencias del liderazgo socialista entre Almunia, secretario general, y Borrell, candidato a la presidencia del Gobierno. Desaparece así, el anterior modelo unipersonal: Felipe González, secretario general del PSOE entre 1974 y 1997, fue presidente del Gobierno desde 1982 a 1996. Queda por saber si Borrell y Almunia lograrán llevar a la práctica ese diseño sin poner en peligro la estabilidad del PSOE.Los partidos no son precisamente coros angélicos ni congregaciones de santos; aunque las formaciones políticas tienden a embellecer su propia historia, la crónica española más reciente incluye un abundante surtido de peleas, escisiones y purgas: Suárez y los barones en UCD; Arzalluz y Garaikoetxea en el PNV; Aznar y Hernández-Mancha en el PP; Carrillo y los renovadores en el PCE; Anguita y Nueva Izquierda en IU; Felipe González y Nicolás Redondo en el PSOE. Los conflictos intrapartidistas no proceden sólo -aunque también- de riñas personalistas achacables al carácter, al temperamento o a la ambición de los líderes: sus raíces nutrientes se hunden en el suelo de los orígenes sociales, los programas electorales, las experiencias generacionales, las ideologías, los corporativismos profesionales y los intereses territoriales.

La experiencia española de estos años arroja varias enseñanzas sobre los conflictos intrapartidistas. Así como el éxito electoral, el ejercicio del poder o la esperanza de conquistarlo ayudan a mantener la unidad de los partidos, los tiempos de vacas flacas disparan las pugnas internas con especial intensidad cuando las medidas disciplinarias y los sentimientos de temor han sofocado las tensiones durante demasiados años. Además, el electorado castiga severamente a los partidos desgarrados por las luchas intestinas y entierra las escisiones, tal y como muestran el hundimiento del CDS de Suárez, la desfalleciente marcha del partido de Garaikoetxea, la desaparición de la Democracia Socialista de Damborenea, la extinción del Partido de los Trabajadores de Carrillo y la inexistencia práctica de la Acción Demócrata de Calero.

El acuerdo entre Almunia y Borrell para reordenar el espacio político dentro del PSOE y establecer unas nuevas reglas de juego deberá superar los riesgos de desunión que acechan a todos los partidos en momentos de crisis. Aunque las fricciones serán inevitables al poner en marcha la bicefalia, los socialistas disponen de buenos argumentos teóricos para afrontar sus dificultades prácticas. Los delegados enviados por los 370.000 militantes socialistas al 34º Congreso de 1997 ejercieron su voto indirecto tanto para designar a Almunia secretario general del PSOE como para aprobar el procedimiento de las primarias que eligirían al candidato a la presidencia del Gobierno mediante el voto directo de los afiliados. Así como los mecanismos inspirados por la democracia directa y por la democracia representativa coexisten en nuestro sistema constitucional sin mayor problema, la legitimidad de Borrell y la legitimidad de Almunia son igualmente complementarias: si Bono y otros dirigentes cometieron un imperdonable error al sostener en vísperas de las primarias que la derrota de Almunia por el voto directo de los militantes le obligaría a dimitir de una secretaría general para la que había sido elegido por el voto indirecto de los afiliados, no menos grave sería la equivocación simétricamente opuesta: negar retroactivamente legitimidad al voto indirecto del 34º Congreso que nombró secretario general a Almunia y estableció el voto directo para las primarias.

Aunque los ámbitos de actuación parlamentaria y electoral de Almunia y Borrell se solapen, el libreto del acuerdo aprobado anteayer por la Comisión Ejecutiva asigna papeles distintos en la función a los dos actores. Al igual que sucedió cuando Felipe González fue candidato socialista a la presidencia del Gobierno, Borrell tendrá la responsabilidad de sumar a los varios millones de votantes estables del PSOE los muchos cientos de miles de electores indecisos situados en el centro y la izquierda del espectro. La estrategia del PP y de los publicistas a su servicio será asustar al electorado centrista con el espantajo de un Borrell radicalizado en tanto que Anguita se encargará -como hizo en 1993 y 1996- del trabajo sucio en beneficio de Aznar: el PSOE sólo podría ganar si Borrell, Almunia y Felipe González sumaran sus fuerzas para agregar votos procedentes a la vez del centro, del centro-izquierda y de la izquierda.

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