FÚTBOL 31ª JORNADA DE LIGA

El Real Madrid paga su desidia

El Valladolid logra el empate después de un penoso cerrojazo en la primera parte

Fútbol de vuelo corto en Zorrilla, donde el resultado se ajustó a la actitud y al juego de los dos equipos. Al penoso ejercicio del Valladolid en el primer tiempo se añadió la desidia madridista en el segundo. Cada uno se aprovechó de las concesiones del otro y no hubo más remedio que empatar. El abandonismo del Madrid obliga a pensar que es falso todo ese cacareo de que tiene tiempo para atrapar al Barca. Ni tiente tiempo, ni tiene ganas, ni tiene juego para lograrlo.Hay una cierta ingenuidad en el fútbol español, que no traga con la mercancía averiada. Si en Italia cabe todo bajo la etiqueta...

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Fútbol de vuelo corto en Zorrilla, donde el resultado se ajustó a la actitud y al juego de los dos equipos. Al penoso ejercicio del Valladolid en el primer tiempo se añadió la desidia madridista en el segundo. Cada uno se aprovechó de las concesiones del otro y no hubo más remedio que empatar. El abandonismo del Madrid obliga a pensar que es falso todo ese cacareo de que tiene tiempo para atrapar al Barca. Ni tiente tiempo, ni tiene ganas, ni tiene juego para lograrlo.Hay una cierta ingenuidad en el fútbol español, que no traga con la mercancía averiada. Si en Italia cabe todo bajo la etiqueta del tacticismo, en España está mal visto que un equipo renuncie por la patilla al juego, al gol, a cualquier gesto generoso, a una mínima consideración con la gente que cree que el fútbol es cosa de dos equipos, y no lo que hizo el Valladolid: la apoteósis de la racanería.

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Como sucedió frente al Barcelona, se metió en su campo sin ningún disimulo, todos apretados cerca del área y Peternac en territorio enemigo, en plan partisano, a la espera de algún error, de algún contragolpe, de alguna casualidad. El Valladolid se negó a jugar con alevosía. Entregó el campo y el balón al Madrid, convencido de que la estadística es generosa con la mezquindad. Siempre hay una ocasión suelta a lo largo de un partido. Lo importante es sacarla rédito y perseverar en el cerrojazo. Y a punto estuvo de conseguirlo. Cuando el partido todavía iba empatado, Jaime perdió el balón frente a Marcos, que pilló desorganizada a la defensa madridista, corrió la banda izquierda y metió el pase retrasado para Peternac, que la rompió, pero Roberto Carlos rechazó el remate e impidió el gol.

Hasta entonces, y había discurrido el primer tercio del encuentro, el Valladolid no había rematado a gol, ni se le había ocurrido la posibilidad. En realidad era imposible. Excepto Peternac, los demás jugadores estaban a 60 metros de la portería madridista. Daba pena ver a Peternac en un papel tan ingrato, desconectado por orden de su entrenador del resto del equipo, corriendo a los defensas del Madrid con la inútil pretensión de rebañar alguna vez la pelota.

Todos fueron defensas en el Valladolid, un equipo que ha perdido los rasgos que identificaron la era Cantatore. Aquel equipo estaba mejor organizado, defendía mejor, atacaba más y resultaba más agradecido. La propuesta de Kresic es desagradable para todo el mundo: para el público, para su equipo y para el rival, que se obliga a jugar contra una pared.Y tampoco garantiza resultados. El Valladolid perdió contra el Barça y lo hizo con el Madrid en el primer tiempo.

Para el Madrid fue un partido cómodo, de escaso desgaste, ideal en estos días previos al duelo con el Borussia. Todo su trabajo consistió en administrar la pelota, ya se sabe que es más agradable disponer del balón que perseguirlo. Durante el primer tercio del encuentro, el desequilibrio fue escandaloso. El Madrid disfrutó del monopolio del balón, aunque le faltó la marcha en los tres cuartos, donde morían casi todos sus ataques. Tampoco era sencillo encontrar espacios en aquel murallón.

Con una paciencia infinita, el Madrid tejió y tejió hasta encontrar alguna rendija. Lo consiguió en el primer instante de entendimiento de Raúl y Seedorf, en la media punta y con una pared, una suerte impagable que tiene mala prensa en estos días. Durante toda su carrera en la Juve, Matini desarmó los cerrojos italianos con paredes maravillosas por su precisión y su sencillez. romaba el balón en el medio campo, encontraba una camiseta amiga -Boniek casi siempre-, tiraba una pared y con dos toques superaba el castillo defensivo. Más o menos es lo que hicieron Seedorf y Raúl en el gol. Engancharon bien y Seedorf apareció libre frente al portero, que reaccionó con agilidad al disparo del mediocampista holandes. La pelota quedó suelta y Suker, que no había aparecido antes y tampoco lo hizo después, echó la caña y pescó.

Después de fracasar con su primera idea, Kresic metió en el segundo tiempo a Eusebio, Benjamín y Klimowicz, inexplicablemente ausentes en, la primera parte. Pero el hombre está empecinado en el magureguismo y no hay quien le saque de ahí. La inclusión de Benjamín y Eusebio, más la necesidad del empate, cambió el paisaje en el segundo tiempo. El Madrid decidió hacer la máxima economía del esfuerzo, hasta el punto de caer en la desidia. Jugó con una suficiencia poco ajustada a su verdadera situación. No está sobrado de juego, ni de presencia. El Madrid intimida bastante menos que el Barça en estos momentos, y está expuesto a cualquier calamidad si no actúa con convicción. Se quitó en Zorrilla y lo pagó.

El Madrid no llegó al área rival en todo el segundo tiempo. El Valladolid lo hizo con un poco de empuje y con la actitud permisiva de los madridistas. Se adivinaba el empate, que se produjo por obra de Eusebio, que dibujó un pase exquisito a Peternac, con la colaboración de Hierro, poco fino en los últimos tiempos. El central se comió el pase y permitió a Peternac bajar el balón el pecho y rematar de forma instantánea. Más o menos, sucedió lo que pedía un partido previsible, condicionado por la actuación de los dos equipos. El Valladolid se resignó en el primer tiempo y lo perdió. El Madrid se borró en la segunda parte y sufrió las consecuencias. Total, empate.

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