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Ahogados en Acuario

Ahíta de griterío mediático, empecé la semana abriendo una puerta que conducía a alguna parte, es decir, que la empecé abriendo un libro. Metida en Rosario, aquella danza española -un delicado y cabal homenaje escrito y estructurado por Rafael Salama Benarroch y editado con elegancia por Manigua-, entré en un territorio ocupado por gente que fue grande de verdad. Grande por su trabajo, por su genio reconocido internacionalmente -tuvo a Charles Chaplin entre sus admiradores-, por lo que le daba a un público aún no devorado por la televisión ni la publicidad, la bailarina Rosario, hoy casi octog...

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Ahíta de griterío mediático, empecé la semana abriendo una puerta que conducía a alguna parte, es decir, que la empecé abriendo un libro. Metida en Rosario, aquella danza española -un delicado y cabal homenaje escrito y estructurado por Rafael Salama Benarroch y editado con elegancia por Manigua-, entré en un territorio ocupado por gente que fue grande de verdad. Grande por su trabajo, por su genio reconocido internacionalmente -tuvo a Charles Chaplin entre sus admiradores-, por lo que le daba a un público aún no devorado por la televisión ni la publicidad, la bailarina Rosario, hoy casi octogenaria, sufre el doble abandono debido a su condición de mujer y al hecho de que en este país nos pasamos por el forro todo cuanto tiene que ver con la memoria. Max Aub, de quien se ha estrenado obra teatral en Valencia, supo mucho de lo último, y todavía hay quien en TVE pronuncia afrancesadamente su nombre: Sáenz de Buruaga le estuvo llamando "Massó" en el telediario.Rosario formó pareja memorable con Antonio, pero eligió el rigor, la fidelidad a sus principios, la danza tal como la concebía, y, aunque brilló mucho por sí misma, con el tiempo y el retiro se dejó de hablar de ella, que no aparecía en las revistas ni se exhibía en una finca marbellí vestida de precursor de Rappel como hacía su antiguo compañero y, por otra parte, extraordinario bailarín. El libro que comento es una gozada, por el texto y por las fotos: hay una, deliciosa, de Rosario y otra gran olvidada, Carmen Amaya, posando en jarras, Y hay una espléndida frase de Paul Valéry en el prólogo: "Un cuerpo tiene, por su simple fuerza y por su acto, poder bastante para alterar más profundamente la naturaleza de las cosas de lo que jamás el espíritu en especulaciones o metido en sueños consiguiese".

Fue un alivio leer este elogio a lo corpóreo, porque yo también me encuentro -como el Papa, que prepara encíclica- hasta la chirimoya de la new age, la era de Acuario y de su supermercado espiritual, responsables de cuanto prodigio nos acecha en este momento. Barrionuevo cree repentinamente en los duendes de imprenta; Madonna abandona la guarrería, ve la Luz y canta cosas como "Tócame, estoy intentando / mirar dentro de tu alma"; Nuestra Señora del Antidéficit acoge bajo su manto a 14 de los 15 países convocados para el euro, y un lama se ha reencarnado en un coche coupé, según, asegura la más empalagosa de las campañas de promoción de coches franceses.

Hay más fenómenos en el aire, relacionados con la visión "sincrética e inmanente" que denuncia el atinado Pontífice. Uno sería el hecho de que, después de haber pasado por 13 años de "anormalidad democrática" (según la última entrega de los Monólogos de Casquería del marido de Gema), toleráramos sin respingar lo que dicho catador de cocidos regionales considera normalidad democrática, o sea, esto. Aunque a ello ayude mucho otro portento típico de nuestra era: diez millones de españoles sólo se informan por televisión.

Ahora bien, ¿puedo yo reprocharle a la hija de Adnan Kashogui, Nabila, su repentina dedicación a la Iglesia de la Cienciología? ¿Puedo reprochárselo el Papa, que acaba de desconcertar a los creyentes situando el paraíso -terrenal en África, justo en el desnivel que quedaba entre las minas del rey Salomón y el campamento en donde Ava Gardner se duchaba en Mogambo? Incluso yo podría sentir la tentación de hacerme asidua de la misma capilla que frecuenta Tom Cruise, después de que me he enterado de que el chófer del hombre junto al que Lady Di encontró la estabilidad sentimental, y perdió la vida, era camello de los clientes del Ritz y tenía un pastón en el banco. ¿No sería lícito, con tanta confusión, buscar certezas?

Como dice la modelo y ahora actriz Cristina Piaget, que una vez salió en la tele diciendo que venía de rodar una película de "arte y ensayo", y yo estuve a punto de creerla porque lucía como si acabara de recibir tratamiento facial de David Lynch, "hay que enriquecerse como persona". Ella, cuenta, "había llegado a lo más alto de mis posibilidades, con la cabeza bien alta, pero, por ir siempre deprisa, se me había olvidado enriquecerme como persona". Qué bonito y qué profundo.

Porque si te enriqueces como persona pueden ocurrir dos cosas. Una, que le eches paciencia a lo de permanecer en el trullo pensando en los millonazos que te esperan en Singapur para una amable vejez, caso Luis Roldán; o dos, que con un computador y un ambipur inicies una nueva vida y conviertas tu celda en un lugar magnético desde el que proyectar tu mantra para controlar el mundo, caso Mario Conde. Personajes que son, me parece, de lo más new age que ha dado la religión verdadera.

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