Tribuna:

Abril

El funeral de la iglesia de San Jorge, en el cerro que domina la calle del Padre Damián, fue un funeral de consenso. Pocas exequias hubiesen podido suscitar el espíritu de concordia que ha presidido las celebradas por Fernando Abril Martorell.El templo estaba abarrotado y no había ausencias. Raras veces la frase del oficiante: "Daos la paz" sonó más natural.

No fue el consenso el invento de una sola persona. Fue más bien un sentimiento colectivo nacido de una necesidad, la de no volver a ver la sombra de Caín. Y también, la de una virtud pocas veces alcanzada: la de que la gente, hablan...

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El funeral de la iglesia de San Jorge, en el cerro que domina la calle del Padre Damián, fue un funeral de consenso. Pocas exequias hubiesen podido suscitar el espíritu de concordia que ha presidido las celebradas por Fernando Abril Martorell.El templo estaba abarrotado y no había ausencias. Raras veces la frase del oficiante: "Daos la paz" sonó más natural.

No fue el consenso el invento de una sola persona. Fue más bien un sentimiento colectivo nacido de una necesidad, la de no volver a ver la sombra de Caín. Y también, la de una virtud pocas veces alcanzada: la de que la gente, hablando, se entiende.

Del consenso surgió todo un diccionario de palabras derivadas: asenso, reconsenso, consensuar, consensuante, consensuado. Fue otro de los grandes del momento, el recordado don Emilio Attard, quien sacó del consenso un verbo transitivo y trabajó con los miembros de la comisión constitucional que presidía (los cronistas los llamábamos "los locos de Attard") para consensuar todo lo consensuable.

Pero era fácil decir "consenso". o recomendar que debía consensuarse tal o cual artículo del proyecto de Constitución. El verdadero trabajo consensuante no se hacía en público. Y aquí es donde se reconoce ya, y algún día se conocerá más a fondo, el verdadero, papel de Abril Martorell.

Quien mejor puede contarlo es el también consensuante Alfonso Guerra. Pasaban noches enteras sin dormir. Guerra comía, pasteles; Abril, canapés. Y, sobre todo este último, bebía agua. Tanta bebía que, cuando subía a la tribuna del Congreso, no daba tiempo a los ujieres a cambiar el vaso. En una ocasión hizo reír a la Cámara al beberse el medio vaso de su preopinante.

Raramente he encontrado a una persona tan consciente de la importancia de lo, que estaba haciendo y tan poco envanecida de hacerlo o haberlo hecho.

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El trabajo, extraordinario, de Fernando Abril Martorell a favor de la democracia es para nosotros una lección permanente, un precioso legado.

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