Tribuna:

Belenes ministeriales

Aún se recuerdan aquellos celebrados concursos de belenes a distintas escalas, tan incentivados durante los años del nacional-catolicismo franquista como un valioso muro protector de la identidad propia frente a la ola de paganismo en forma de arbolitos de Navidad que amenazaba con anegamos. Por eso también los solícitos ayuntamientos excelentísimos reforzaban las cabalgatas de Reyes,- verdadero dique de contención frente a las invasiones foráneas y desnaturalizadoras de Papá Noel y Santa Claus con regalos anticipados. En Madrid, la tradición del belén parece arrancar de Carlos III, que se tra...

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Aún se recuerdan aquellos celebrados concursos de belenes a distintas escalas, tan incentivados durante los años del nacional-catolicismo franquista como un valioso muro protector de la identidad propia frente a la ola de paganismo en forma de arbolitos de Navidad que amenazaba con anegamos. Por eso también los solícitos ayuntamientos excelentísimos reforzaban las cabalgatas de Reyes,- verdadero dique de contención frente a las invasiones foráneas y desnaturalizadoras de Papá Noel y Santa Claus con regalos anticipados. En Madrid, la tradición del belén parece arrancar de Carlos III, que se trajo de Nápoles unas maravillosas figuras expuestas estos días al público en el Palacio Real. Después de la guerra algunos nacimientos, como también se llaman, habían logrado acumular prestigio y originaban largas colas de visitantes. Ese era el caso, por ejemplo, del belén que cada año componían en el hospital-asilo de San Rafael los Hermanos de San Juan de Dios, con río de agua corriente, molino activado por el caudal en desnivel y constelaciones que se desplazaban en el cielo.Este año, según indican los últimos viajeros que han recalado en los nobles edificios de la Administración central, la autoridad competente ha optado por predicar con el ejemplo y parece que da gusto ver los belenes ministeriales en los vestíbulos de los distintos departamentos compitiendo en vistosidad y detalles paisajísticos y luminosos, así como en la cuidada manufactura artística de las escogidas figuritas. Pero el espíritu de paz navideña y de humildad bucólica se ha quedado muchas veces en los portales y zaguanes. Mientras, más arriba, en los despachos ejecutivos, todos se han calzado las botas de siete leguas para enfrentarse con los deberes del esquí sin desatender la agreste e imparable dialéctica política. Sólo el vicepresidente primero, Francisco Alvarez Cascos, se ha impregnado del espíritu de reconciliación y de tregua, de la que da pruebas edificantes en la presentación para el catálogo de Cánovas y la Restauración, exposición que puede visitarse hasta febrero en el Centro Cultural del Conde Duque. Ahí señala nuestro autor, en un tono de mesura y ponderación que algunos se empeñan maliciosamente en negarle, cómo en el análisis de cualquier aspecto de la historia española de la pasada centuria se pone de manifiesto "la falta de la información más elemental que permita comprender en su contexto (social, político y cultural), con un mínimo rigor y objetividad de juicio, los múltiples matices de nuestro denostado pasado decimonónico". Sigue luego el vicepresidente, y, amparándose en Cánovas, enuncia un principio general según el cual resultaría gratuito, además de improcedente, la pretensión de juzgar el pensamiento político y las líneas generales de actuación de una figura "a través de las claves de nuestra más estricta actualidad, cayendo irremediablemente en valoraciones parciales e inexactas, cuando no manifiestamente tendenciosas".

Dejemos para otra ocasión las consecuencias paralizadoras que tendría la generalización de un proceder tan comprensivo, esperemos el resultado de los concursos donde compiten los mencionados belenes ministeriales y atendamos a los anunciados encuentros en Moncloa sobre un fondo de calendario del presidente del Gobierno, José María Aznar, tanto con su socio el presidente de la Generalitat y de Convergéncia Democrática de Catalunya, Jordi Pujol, como con el líder de la oposición y secretario general del PSOE, Joaquín Almunia. A ninguno de los dos invitados le conviene que se adelanten las elecciones generales. Pujol sabe, cualquiera que sea el orden en que se hagan las convocatorias a las urnas, que seguirá necesitando los votos del PP para continuar gobernando en Cataluña, y que para merecer ese apoyo deberá dar el de los diputados de CiU al Grupo Parlamentario Popular en el Congreso. Almunia, después de cerrados los casos Roldán y Filesa, necesita tiempo para que pase la inmediata cita de los GAL. Por eso la habilidad de Aznar consistirá en adelantar las elecciones atendiendo a su mejor conveniencia mientras responsabiliza a sus interlocutores por obligarle.

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