Tribuna:

Misterio

Un conductor mató el otro día a una niña por mirar un cartel publicitario donde aparecía una mujer en bragas y sujetador. He podido ver el anuncio, cuya magia, como la de todo lo irreal, es excesiva. Nos morimos por cosas irreales y matamos por ellas también, según se puede ver. Lo que en los accidentes se denomina "fallo humano" suele ser el producto de un reclamo fantástico. Unas veces el anuncio está fuera, en la calle, y otras dentro, en el corazón. Basta con atender a esa llamada unos segundos para causar la catástrofe real. ¿Por qué lo malo resulta siempre tan palpable y lo bueno tiene e...

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Un conductor mató el otro día a una niña por mirar un cartel publicitario donde aparecía una mujer en bragas y sujetador. He podido ver el anuncio, cuya magia, como la de todo lo irreal, es excesiva. Nos morimos por cosas irreales y matamos por ellas también, según se puede ver. Lo que en los accidentes se denomina "fallo humano" suele ser el producto de un reclamo fantástico. Unas veces el anuncio está fuera, en la calle, y otras dentro, en el corazón. Basta con atender a esa llamada unos segundos para causar la catástrofe real. ¿Por qué lo malo resulta siempre tan palpable y lo bueno tiene esa calidad de lo soñado? Misterio.Lo cierto es que los días del muchacho que atropelló a la niña serán ahora un infierno real, sin que en el paraíso inexistente de la mujer de satén (pronúnciese satán para darle un toque diabólico) se haya derramado una lágrima. Parece que en el momento de redactar estas líneas continúa la modelo intacta dentro de su mundo, produciendo estragos emocionales en las personas de carne y hueso que pasan a su lado. Una fotografía no sustituye a la realidad, la representa. ¿De dónde obtienen esa fuerza los pronombres?

El autor de la campaña de lencería fina, por su parte, se debatirá entre el orgullo y la culpa. Que una imagen creada por ti posea la capacidad de anular la voluntad y los reflejos del espectador hasta ese punto es como para felicitarse, desde luego, si no fuera porque entre el mensaje publicitario y su receptor hay ahora una mancha de sangre, una muñeca rota. A veces es preciso pasar por encima de cadáveres reales para alcanzar lo que nos vende la propaganda. Pero ¿por qué sólo nos vende materia inexistente? ¿Y de dónde nos viene esta rara disposición a entregar la vida (preferiblemente la de otros) para hacernos con ella? Misterio.

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