Tribuna

El nuevo ciclo

Ni un año sin elecciones fue la consigna cuando desalojaron la escena los que se habían pasado cuarenta años haciendo política en familia, libres del engorro de las urnas. Y si en otras cuestiones nuestras preferencias han cambiado, en esta de la convocatoria anual nos mantenemos tan firmes como el primer día: hoy le toca a Galicia, el año próximo a Euskadi, luego vendrán Cataluña y las comunidades autónomas de un artículo ya amortizado a otros efectos, y la fiesta no terminará hasta las nuevas generales, allá por el 2000, si Aznar no decide adelantarlas con objeto de que no coincidan de nuevo...

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Ni un año sin elecciones fue la consigna cuando desalojaron la escena los que se habían pasado cuarenta años haciendo política en familia, libres del engorro de las urnas. Y si en otras cuestiones nuestras preferencias han cambiado, en esta de la convocatoria anual nos mantenemos tan firmes como el primer día: hoy le toca a Galicia, el año próximo a Euskadi, luego vendrán Cataluña y las comunidades autónomas de un artículo ya amortizado a otros efectos, y la fiesta no terminará hasta las nuevas generales, allá por el 2000, si Aznar no decide adelantarlas con objeto de que no coincidan de nuevo con las andaluzas, cierre del ciclo que hoy comienza.Así que a Galicia corresponde el privilegio de inaugurar la primera tarda de elecciones autonómicas que habrá de celebrarse bajo mandato del PP. Como es habitual y tópico decir en estos casos, se trata de un test para gobierno y, oposición, convocado esta vez en el terreno más propicio para el partido en el poder. Galicia ha consolidado en estos años un sistema de partido predominante, con el PP distanciado del segundo en disputa por. cerca de 30 puntos. Allí, el PSOE nunca ha conseguido ganar, ni siquiera cuando en la oleada de entusiasmo que marcó el ciclo inaugurado tras las generales del 82 se hizo con los gobiernos autónomos de doce comunidades. Galicia ha sido siempre como el revés de Andalucía: pan para el PP, hambre para el PSOE.

Pero del lado de la oposición, ese sistema experimentó en las últimas elecciones autonómicas una fuerte sacudida al caer el partido socialista del 32% -su valor máximo alcanzado en 1989- a un modesto 23% y subir simétricamente el Bloque Nacionalista del 8 al 18. Con raíces históricas entre intelectuales y clases medias, el galleguismo ha conseguido finalmente, arrojada por la borda la ganga izquierdosa que bloqueó durante años su crecimiento, un lugar propio rompiendo la confrontación bipartidista e incrustando en el sistema de partidos gallego un tercero con posibilidad real de guardar la llave que abre y cierra el acceso al gobierno. Un significativo cambio de lenguaje político, un Galicia ante todo, más la presencia cuidadosamente descuidada de su cabeza de cartel pueden servir de enganche para quienes, cansados del gobierno de Fraga, no sienten ninguna atracción hacia el partido de Caballero.

Más que medir la fuerza relativa de PP y PSOE, el verdadero test que hoy se resuelve en Galicia es hasta dónde subirá el Bloque. Nadie discute las grandes magnitudes: Fraga va a cosechar una victoria; Caballero no crecerá ni un milímetro a pesar de la compañía de Guerreiro; y Anguita recogerá el fruto de la derrota con tanto esmero acariciado. Casi seguros el triunfador y los perdedores, queda hoy por saber qué va a pasar con el Bloque y, por tanto, quién va a gobernar. La gran cuestión de estás elecciones consiste en dilucidar si una nueva comunidad autónoma se suma al grupo ya consolidado en que un partido de ámbito no estatal (PANE, en jerga de los politólogos) reparte el juego político. Dicho de otro modo: si una vez fracasada Izquierda Unida, la única vía para quebrar el bipartidismo imperfecto de ámbito estatal pasa por la multiplicación de los nacionalismos de ámbito no estatal.

Todo dependerá de cuánta gente vaya a votar, porque en Galicia, cuando se trata de autonómicas, el 45% de electores prefiere quedarse en casa antes que convertirse en votantes. Y es en este punto donde más arcaicos se han mostrado los dos partidos de ámbito estatal, el uno rejuveneciendo el rostro de su candidato a ver si resuena con su fuerza primigenia la voz que ha servido a Almodóvar para revivir de un brochazo toda una época; el otro haciendo recaer la atención de la campaña sobre voces agrias y gastadas, incapaces de convencer a quienes no están ya convencidos. Uno se quita las arrugas; el otro presume de ellas. Y Beiras, mientras tanto, con sus trajes de lino y su mano tendida, más que un sorpasso a lo mejor da una campanada.

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