VUELTA 97

Zülle está fuerte

Revelación de Heras en El MorrederoEl suizo resiste, los ataques de Dufaux y Escartín

Zülle está fuerte, está tan fuerte que asusta. El efecto disuasorio) que no logró con la contrarreloj de Córdoba frente a Dufaux y Escartín lo consiguió ayer en la ascensión a El Morredero, un puerto insólito en la Vuelta, una ascensión dura -16.kilómetros al 7 2%- que sirvió de escenario para la revelación del último escalador español en salir a la palestra, el salmantino Roberto Heras, que ganó la etapa. Fue el mejor consuelo para su equipo, el Kelme. Fernando Escartín, su líder, intentó atacar a sus rivales, pero ni era su mejor día, ni el tipo de la ascensión -escalonada, con muchas...

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Zülle está fuerte, está tan fuerte que asusta. El efecto disuasorio) que no logró con la contrarreloj de Córdoba frente a Dufaux y Escartín lo consiguió ayer en la ascensión a El Morredero, un puerto insólito en la Vuelta, una ascensión dura -16.kilómetros al 7 2%- que sirvió de escenario para la revelación del último escalador español en salir a la palestra, el salmantino Roberto Heras, que ganó la etapa. Fue el mejor consuelo para su equipo, el Kelme. Fernando Escartín, su líder, intentó atacar a sus rivales, pero ni era su mejor día, ni el tipo de la ascensión -escalonada, con muchas zonas para recuperarse entre pared y pared- le permitieron más que terminar satisfecho por haber perdido sólo tres segundos frente al líder suizo.El tercero en discordia, Laurent Dufaux, llegó más cansado aún. Zülle, así, salió reforzado y con menos dudas. La confianza es una prenda suya para las tres etapas de montaña consecutivas que les quedan por afrontar.

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Escartín llegó cansado porque la ONCE le cansó y porque su equipo, el Kelme no supo aprovechar su mayor presencia en la parte final. Dufaux llegó más cansado porque la ONCE le cansó, y también su propio equipo, el Festina.

Cuando el equipo de Manolo Sáiz se pone a controlar una etapa desde el comienzo, el resto del pelotón se pone a temblar. La ONCE en formación al frente del pelotón supone ir a marchas forzadas -50 por hora en la primera hora, 42 por hora en toda la etapa- por senderos y barrancos. El objetivo era claro: eliminar la frescura de las piernas de los rivales; hacer llegar al puerto final a Escartín y Dufaux pidiendo tiempo muerto. Aun a costa de sacrificar a todo el equipo, aun a costa de dejar a Zülle aislado en el puerto final, rodeado de kelmes por todas partes.

Y cuando Zülle se quedó aislado gracias al trabajo combinado del Kelme y el Festina -ataques de Domínguez, Rodríguez y Arsenio en el primer puerto; ritmo rápido marcado por Hervé y Stephens al salir de Ponferrada-, cuando el suizo quedaba a merced de lo que dispusieran los demás, ¿qué pasó? Dicen algunos manuales que al líder le toca marcar el ritmo en la subida cuando está solo, que sus rivales sólo tienen que dedicarse a atacarle, pero eso no pasó camino de El Morredero.

Sólo cuando Jiménez lanzó su habitual ataque de homenaje a la afición y para dar una alegría a su equipo, sólo entonces, a 18 kilómetros para la meta, se vio a Zülle tirar del carro. Y después, sólo le bastaría seguir una rueda, la de Dufaux. Cuando atacara Escartín, que lo hizo varias veces, aunque -no era su díacon escasa fuerza, duración y convicción, Dufaux saldría a su rueda, y Zülle detrás. Así sucedió.

La táctica del Kelme lanzar ataques cada dos por tres para mover el árbol y que cayera la fruta madura- no dio resultado. El árbol no se movió porque el único hombre de los de Pino que podría haber resultado peligroso para la general, Marcos Serrano, bastante tenía con hacer la goma. Heras no preocupaba a nadie. Todos habían renunciado ya al triunfo de etapa. Y todos sólo pudieron ver -cómo Zülle, el más fuerte, sprintaba a 150 metros de la meta y sacaba tres segundos a Escartín y seis a Dufaux. Poca renta, pero sintomática.

Heras, escalador de la estirpe de Laudelino Cubino, ganó la etapa. Justo premio al trabajo de su equipo. Justo reencuentro de la Vuelta con los escaladores españoles. Desde 1993, año en que Montoya ganó en la cima de Alto Campoo, desde 1992 casi -triunfo de Pedro Delgado en Lagos y de Cubino en Luz Ardiden-, ningún escalador español había logrado una victoria en una cumbre de la Vuelta. Los herederos han tardado, pero al fin han llegado.

El ciclismo español empieza a reencontrarse con sus raíces y con su tradición. Está irremediablemente condenado a hablar de las gestas de los menudos y fibrosos. De Escartín, de Heras, de Blanco, de Jiménez. Si Olano no lo remedia, Induráin ya es pasado. Otra historia.

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