Cartas al director

Una moda peligrosa

El 8 de septiembre de 1996, mi familia y yo aceptamos la atractiva oferta de concluir nuestras vacaciones haciendo una excursión a caballo por la sierra de Cazorla. En el pueblo de Arroyo Frío hay un señor, como muchos otros en la zona, propietario de yeguas con las que organiza tales excursiones.Cuando tu experiencia hípica es nula no cesas de advertírselo a cualquier persona de la organización con la que te cruzas, y asumes su experiencia cuando te indican dónde debes sentar a tus hijos y te explican que los animales lo hacen todo solos... Era verdad. En el camino de regreso, las yeguas se a...

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El 8 de septiembre de 1996, mi familia y yo aceptamos la atractiva oferta de concluir nuestras vacaciones haciendo una excursión a caballo por la sierra de Cazorla. En el pueblo de Arroyo Frío hay un señor, como muchos otros en la zona, propietario de yeguas con las que organiza tales excursiones.Cuando tu experiencia hípica es nula no cesas de advertírselo a cualquier persona de la organización con la que te cruzas, y asumes su experiencia cuando te indican dónde debes sentar a tus hijos y te explican que los animales lo hacen todo solos... Era verdad. En el camino de regreso, las yeguas se apiñaron a beber en un charco; una de ellas recibió una coz de otra, se levantó violentamente a dos patas y nos lanzó a mi hijo y a mí al suelo. Mi hijo Miguel, de seis años, sufrió una fractura gravísima de base de cráneo y estuvo a punto de perder la vida. En poco tiempo, el cúmulo de negligencias fue evidente: unos 17 caballos, todos con jinetes inexpertos, sin cascos, sin sillas apropiadas (Miguel viajaba detrás mío, sentado a la grupa del animal, por indicación de los organizadores), guiados por tres o cuatro chicos (casi todos menores y viajando a pie), sin un simple radioteléfono ni programación alguna de evacuación ni asistencia médica ante una eventualidad así. Perdimos más de tres horas preciosas antes de una evacuación en helicóptero, que podía haber sido inmediata con tan sólo conocer el funcionamiento del 061.

En este país existe un grave vacío legal en la inmensa mayoría de las comunidades autónomas donde este tipo de actividades, encuadradas bajo epígrafes de "Ocio" o "Tiempo libre", carecen de una normativa propia. Entiendo que, de la misma forma que cuando un niño está aprendiendo a montar en un picadero precisa un casco obligatorio, una silla de montar homologada, una distancia mínima con otros caballos y la asistencia de un monitor formado, también lo precisa un niño inexperto para hacer una excursión ecuestre por el monte.

Actualmente están proliferando negocios rurales de este tipo, de moda por su gran demanda. Me consta que en los pocos sitios donde se contemplan medidas mínimas de seguridad se hace por un criterio propio de responsabilidad. Me he decidido a escribir esta carta un año después del accidente, y todavía luchando con las secuelas de Miguel, tras conocer por mi profesión de médico que una niña había fallecido en una situación similar hace sólo unas semanas.-

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