Tribuna:

Tuberías

Si uno fuera capaz de reunir los patios interiores a los que se ha asomado a lo largo de su vida, formaría con ellos un sistema endocrino tan complejo como el del aparato digestivo. Lo curioso es que son idénticos unos a otros, se hayan visto en Bruselas o en Nueva York, en Copenhague o en París, a los 4 o a los 40 años. Llegas a un hotel de una ciudad desconocida, en donde ni tú mismo sabes todavía quién eres, abres por curiosidad la ventana del cuarto de baño y allí están las mismas tuberías de tu infancia atravesando idénticas paredes grises con manchas de humedad. No importa el número de e...

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Si uno fuera capaz de reunir los patios interiores a los que se ha asomado a lo largo de su vida, formaría con ellos un sistema endocrino tan complejo como el del aparato digestivo. Lo curioso es que son idénticos unos a otros, se hayan visto en Bruselas o en Nueva York, en Copenhague o en París, a los 4 o a los 40 años. Llegas a un hotel de una ciudad desconocida, en donde ni tú mismo sabes todavía quién eres, abres por curiosidad la ventana del cuarto de baño y allí están las mismas tuberías de tu infancia atravesando idénticas paredes grises con manchas de humedad. No importa el número de estrellas del hotel, ni su situación, tanto como tu habilidad para detectar las aberturas tras las que se agazapan.Otro día estás comiendo en un restaurante caro, donde vete a saber por qué medio has conseguido que te inviten unos anfitriones de lujo, cuando cometes el error de visitar el servicio, y también allí inevitablemente, das con el ventanuco que te asoma a ese raro espacio que ya viste en Zamora o Murcia, en Valencia o Bilbao, en Buenos Aires o Berlín. Si en alguno de estos lugares alejados de tu geografía o tu bolsillo tienes problemas de identidad, basta con que busques el agujero atravesado por ese hilo conductor para averiguar de golpe quién eres y de dónde vienes.

Hasta en las novelas hay patios interiores cuya suma compone un tubo digestivo que recorre la historia de la literatura. Algunos hombres, a medida que crecen, intentan separar este recurso arquitectónico de su existencia, lo que es tan difícil como vivir sin estómago. A través de los patios interiores hacemos una digestión de lo que somos, pero también de lo que queríamos ser cuando, asomados al de la adolescencia, fumábamos los primeros cigarrillos clandestinos soñando en un futuro con las tuberías empotradas.

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