Cartas al director

Gastón Baquero

La guillotina del tiempo atrapó al fin la certeza de su único nombre: don Gastón (como gustaban llamarle sus compañeras en la residencia para personas mayores donde se recluyó, orgulloso, en los últimos años).Allí plegó sus alas al abrazo ingrato de la silla de ruedas y, siempre Adán, don Gastón siguió subiendo y bajando a saltos las escaleras del tiempo, isla invisible para muchos como él lo fue para la ciudad que amaba, con la dignidad de mulato inmenso y lúcido encaramándosele a las piernas como ese perrito desdeñado por la muerte que se empeñaba en construir un jardín de rosas sobre la tum...

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La guillotina del tiempo atrapó al fin la certeza de su único nombre: don Gastón (como gustaban llamarle sus compañeras en la residencia para personas mayores donde se recluyó, orgulloso, en los últimos años).Allí plegó sus alas al abrazo ingrato de la silla de ruedas y, siempre Adán, don Gastón siguió subiendo y bajando a saltos las escaleras del tiempo, isla invisible para muchos como él lo fue para la ciudad que amaba, con la dignidad de mulato inmenso y lúcido encaramándosele a las piernas como ese perrito desdeñado por la muerte que se empeñaba en construir un jardín de rosas sobre la tumba del amo.

Yo le conocí una tarde definitivamente perdida del mes de enero de este año, en la que un presagio de diluvio se comía sus palabras retumbando sobre el tejado de la residencia. Su prudencia en Cuba, su compromiso vital con la poesía cubana, su temple de poeta y memoria vivida. Se murió don Gastón, Gastón Baquero, convertido ya en sombra, en cielo, en esquina de esta ciudad, con sus ojos de pez enorme, con sus manos de palafrenero y poeta, con su melancolía de Cuba y España.Se marchó don Gastón como había vivido: en el silencio sin queja de los grandes hombres y mujeres que añaden su flor nueva al mes de mayo antiguo. Gastón Baquero-

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