Cartas al director

Sostiene Sevgi Özdamar

El artículo de la novelista turca Emine Sevgi Özdamar (EL PAÍS, 12 de febrero de 1997) titulado La mujer invisible pone al descubierto las carencias de cierta izquierda, que con su paternalismo y la ausencia de un mínimo análisis a partir de la realidad desemboca en las conclusiones a las que previamente se había propuesto llegar. Con esa mentalidad, cualquier mujer que lleve velo es una imposición, el marido siempre pega a su mujer, y el padre la maltrata. No se les ocurre pensar que, a veces, el llevar velo, como es el caso de la escritora, puede servir de paliativo al oscurant...

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El artículo de la novelista turca Emine Sevgi Özdamar (EL PAÍS, 12 de febrero de 1997) titulado La mujer invisible pone al descubierto las carencias de cierta izquierda, que con su paternalismo y la ausencia de un mínimo análisis a partir de la realidad desemboca en las conclusiones a las que previamente se había propuesto llegar. Con esa mentalidad, cualquier mujer que lleve velo es una imposición, el marido siempre pega a su mujer, y el padre la maltrata. No se les ocurre pensar que, a veces, el llevar velo, como es el caso de la escritora, puede servir de paliativo al oscurantismo. Históricamente, esa cierta izquierda suele confundirse en buena parte con la que ha alumbrado los sistemas totalitarios recientemente fenecidos.Si a este fenómeno de analizar la realidad de manera forzada para llegar a las premisas previamente deseadas le llamamos el efecto Sevgi Özamar, lo podríamos aplicar a la película Sostiene Pereira (lamentablemente aún no he leído la novela de Tabucchi). El ambiente cotidiano de represión que se exhibe en el filme, fechado hacia 1938, no se corresponde con la realidad de la dictadura salazarista, mucho menos heroica y más sin esperanzas. Sólo en él barrio obrero lisboeta de Barreiro y en la Universidad de Coimbra se daba cierta oposición a la dictadura, que apenas necesitó de la represión policial para sobrevivir. (Salazar también murió en la cama.)

El Portugal de la dictadura casa más bien con el carácter hipocondriaco de Pereira, tan bien expresado en la película cuando el viejo periodista camina por la calle en medio de decenas de personas resignadas. Hasta los años sesenta no hubo una oposición decidida, que se plasmó en las libertades de abril de 1974. Es poco creíble que en el Portugal empobrecido de la época hubiera un diario sin apenas recursos que pudiera pagar a una persona que sólo escribía una página cultural a la semana, con oficina aparte de la Redacción (?) y que pudiera, a su vez, ibuscar un colaborador!

Al mismo tiempo, el personaje Montero Rossi me parece un caradura que sablea a Pereira a sabiendas de que es un hombre pobre y persiste en escribir artículos impublicables por la censura. A un mangante así es difícil que la policía salazarista le persiguiera con saña y le asesinase, ¿para qué?; no así, a su novia, que es la verdadera revolucionaria que sabe lo que quiere, pero que apenas aparece en el filme. Por último, ¿que hizo. Pereira cuando huyó a París en vísperas de que los nazis ocupasen la capital francesa? Sinceramente, no veo a Pereira siguiendo los enérgicos pasos del antifascista Rick Bogart abriendo un café en Casablanca. Quizá Tabucchi debería escribir, un tercer final para contentar no a la derecha (EL PAÍS, 12 de febrero de 1997), sino a la izquierda sensata.

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