Tribuna:

El 'dream team' la vara de medir

Salen los pañuelos y suenan los silbidos en el Camp Nou. Sucede con tanta frecuencia que resulta difícil pensar en la protesta como una calentura, una campaña orquestada o un desvarío de la hinchada azulgrana. Ni tan siquiera las victorias han detenido la tumultuosa reacción de los aficionados, que se encresparon en el partido con el Celta (1 -0) y en la goleada al Rayo Vallecano (6-0). El desagrado volvió a manifestarse el domingo, con el empate frente al Oviedo, un equipo que produce un fútbol de gran mérito, pero que no recoge el reconocimiento que merece. La irritación crece y no puede exp...

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Salen los pañuelos y suenan los silbidos en el Camp Nou. Sucede con tanta frecuencia que resulta difícil pensar en la protesta como una calentura, una campaña orquestada o un desvarío de la hinchada azulgrana. Ni tan siquiera las victorias han detenido la tumultuosa reacción de los aficionados, que se encresparon en el partido con el Celta (1 -0) y en la goleada al Rayo Vallecano (6-0). El desagrado volvió a manifestarse el domingo, con el empate frente al Oviedo, un equipo que produce un fútbol de gran mérito, pero que no recoge el reconocimiento que merece. La irritación crece y no puede explicarse sólo a la luz de los números. Aunque ha cedido más terreno del conveniente, el Barca es segundo en la Liga, acaba de terminar con el invicto del Madrid y dispone de una plantilla tan lujosa que anima a pensar a lo grande. Por lo demás, el equipo está en los cuartos de final de la Recopa y tiene al Madrid en el punto de mira de la Copa. O sea, el Barça está razonablemente bien situado en todos los frentes. Está en la pomada.

El problema está en las expectativas y en la memoria. En las expectativas porque este Barca juega muy por debajo de la calidad de sus jugadores. En la memoria porque la hinchada es selectiva y ha cultivado el buen gusto en la era Cruyff. Contra aquellos que aseguran que el juego es una cosa intrascendente, olvidadiza, que se escurre rápidamente por los sumideros del recuerdo, los aficionados del Barça utilizan al famoso dream team de Cruyff como vara de medir el buen y el mal fútbol, mientras se niegan a aceptar el actual gato por liebre.

No se reclama tanto la figura de Cruyff, como el estilo que impregnó a un equipo y a una época. Aquel Barça figura entre los grandes equipos de la historia, un equipo que brindó partidos memorables, apasionados, llenos de belleza, de buen gusto, de aprecio por el talento, por encima de las imperfecciones tácticas que se le quisieran buscar. El Barça tenía estilo y hacía soñar a la gente, a toda la gente, a los culés y cualquier aficionado al fútbol.

El principal problema del Barça de hoy es que no tiene estilo, ni identidad, ni orden. No sabe a lo que juega y se mueve de forma impulsiva, a caballo del rapto creativo de sus estrellas. Pero el juego es decepcionante: gente que sale corriendo sin rumbo con el balón, en medio de una anarquía desesperante para un público que ha disfrutado de veras con la brillantez majestuosa del célebre dream team.

La gente sabe que su equipo está desaprovechado y se queja. Sabe que hay talento por arrobas y se irrita por el desconcierto que invade a unos jugadores sometidos a las peregrinas instrucciones de un técnico incapaz de conducir el trasatlántico más lujoso del mundo. Mientras tanto la solución pasa por las proezas concretas de las estrellas y por una tentación a salir corriendo con la pelota como apaches, sin destino aparente.Como le dijo recientementeun jugador a otro: ¡Tranquilo, joder, parece que se te ha olvidado que has jugado siete años con Cruyff!.

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