Editorial:

La voluntad chechena

ATRÁS QUEDA la guerra. Por delante, un proceso para culminar una independencia razonable, y hasta cierto punto limitada. Ésta es la voluntad de los chechenos que se desprende de las urnas tras la elección de Alan Masjadov como presidente en la primera vuelta. Se trata de un firme partidario de la independencia de su país, pero también de un político que busca el diálogo con Moscú.Masjadov es uno de los líderes que han conducido a los chechenos a una costosa victoria por desgaste contra los rusos en 21 meses de cruenta guerra. Pero también es artífice de la paz -o, mejor dicho, capitulación rus...

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ATRÁS QUEDA la guerra. Por delante, un proceso para culminar una independencia razonable, y hasta cierto punto limitada. Ésta es la voluntad de los chechenos que se desprende de las urnas tras la elección de Alan Masjadov como presidente en la primera vuelta. Se trata de un firme partidario de la independencia de su país, pero también de un político que busca el diálogo con Moscú.Masjadov es uno de los líderes que han conducido a los chechenos a una costosa victoria por desgaste contra los rusos en 21 meses de cruenta guerra. Pero también es artífice de la paz -o, mejor dicho, capitulación rusa- que firmó en agosto pasado con Alexandr Lébed. Era, entre todos los candidatos a la presidencia de Chechenia -todos ellos independentistas-, el que menos disgustaba al Kremlin, y así ha sido recibida por Moscú su clara victoria.

La paz de agosto fue una admisión de fracaso por los rusos, que querían parar un baño de sangre que no llevaba a nada y que resultaba crecientemente impopular en Rusia. Con aquel acuerdo, Moscú pareció reconocer como mal menor una posible independencia futura de Chechenia. Pero las diferentes interpretaciones al respecto permiten albergar dudas sobre si la paz ha retornado definitivamente a esas tierras. El acuerdo es para los chechenos el reconocimiento de que la independencia se logrará antes de concluidos cinco años. Para los rusos, que se negociaría en el curso del lustro, manteniéndose entretanto, y quién sabe si de alguna forma después, la pertenencia de Chechenia a la Federación Rusa.

La creación de un nuevo Estado islámico en las fronteras de la Federación Rusa, por cuyo reconocimiento internacional y ruso apela Masjadov, será harto díficil de digerir para una Rusia en la que rebrotan sueños de imperio. Pero tampoco resultará fácil de materializar desde Grozni. Pues, junto a una complicada ubicación geográfica sin salidas garantizadas, la dependencia energética de Chechenia, junto a una economía truncada por la guerra, la hacen aún en extremo dependiente de la Federación Rusa. Por ello resulta comprensible y razonable el llamamiento de Masjadov a un diálogo responsable con Moscú, del que espera ayuda. Ahora bien, cabe dudar, en esto como en otras cosas, de que Moscú esté capacitado para negociar, con un presidente Yeltsin reaparecido pero evidentemente enfermo. Si la debilidad física del presidente favoreció la capitulación en agosto, nada garantiza que sirva para ahondar en la línea trazada con vistas al futuro.

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De momento, la celebración de las elecciones a la presidencia y a la Cámara legislativa constituye un elemento positivo en el proceso de posible normalización de estas tierras atormentadas. La campaña ha sido plural, pese al silencio de los minoritarios rusohablantes. Los chechenos, pese a las dificultades de organización de estos comicios, han votado masivamente y el recuento parece haber sido limpio. Masjadov ha dado signos no sólo de buscar una reconciliación exterior, sino también interior. Son resultados que, de confirmarse, debe asumir la comunidad internacional. Para reconocer la independencia ya habrá tiempo y, sobre todo, elementos de juicio suplementarios que permitirán calibrar cuando llegue el momento si se contribuye así a la consolidación de la paz en la región.

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