Tribuna

En eso llegó Raúl

Llegó Raúl y mandó parar.Hasta entonces, el derby había sido una de esas trifulcas sudorosas, tan propias del fútbol moderno, que suelen cumplir tres condiciones: la relación entre esfuerzo y resultado es muy pobre; la guerra de músculos termina siendo guerra de nervios, y la suerte cambia de bando cada cuarto de hora.

En principio, el Madrid transmitía una mayor impresión de dominio. Sus jugadores evolucionaban con la desenvoltura falsamente profesional de quien se limita a aplicar un manual de instrucciones, pero de todo- aquel trasiego sólo se desprendían dos llegadas y un avi...

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Llegó Raúl y mandó parar.Hasta entonces, el derby había sido una de esas trifulcas sudorosas, tan propias del fútbol moderno, que suelen cumplir tres condiciones: la relación entre esfuerzo y resultado es muy pobre; la guerra de músculos termina siendo guerra de nervios, y la suerte cambia de bando cada cuarto de hora.

En principio, el Madrid transmitía una mayor impresión de dominio. Sus jugadores evolucionaban con la desenvoltura falsamente profesional de quien se limita a aplicar un manual de instrucciones, pero de todo- aquel trasiego sólo se desprendían dos llegadas y un aviso. Para compensar sus desajustes, al Atleti le bastó con su mando a distancia: en ausencia de Pantic, su colega Paunovic ganó un par de metros en la banda derecha, marcó el perfil del pase, despachó un centro muy tocado y muy tenso, es decir, muy yugoslavo, y consiguió que la curva final se cerrase entre Hierro y Alkorta. Por el boquete entró Kiko, metió un cabezazo corrido y firmó un gol muy tocado y muy lento, es decir, muy gaditano.

La historia del partido pudo cambiar en ese momento. Radomir Antic ya tenía el gol de apertura que tanto había pedido; si sus planes se cumplían, el Madrid aprovechón de Fabio Capello se vería obligado a atacar a contrapié. Probablemente, el juego encallaría en el centro del campo hasta que el desazonado Pantic o el afligido Caminero asegurasen el marcador. La pelota se dividió, y el manual cambió de manos, y los chicos trataron de repasar el guión, y el partido fue de nuevo una refriega táctica: una discusión de entrenador a entrenador.

Pero en eso llegó Raúl y mandó parar. Entró por el callejón del 9, pegó un tiro muy tocado y muy rápido, es decir, muy madrileño, y sacó el partido del congelador. El manual volvió a cambiar de manos, y el trabajo de equipo apenas valió un par de empellones, y echaron a Mijatovic, y llamaron a Víctor, y el balón iba y venía, movido por un viento variable.

Pero en eso llegó Raúl. Flaco y desgarbado como un camarón, traía el imán, la máquina de rizar el césped y el libro de claves; en algún lugar estaba escrita la sentencia con la que Didí se había rendido a Di Stéfano: ."Siempre hacía lo más conveniente a cada situación". 0 sea que, más allá de consignas y repertorios, el viejo siempre supo que, en la cancha, cada minuto tiene su afán.

Recibió de Redondo, controló y arrancó. Tres segundos después, el reloj del fútbol se había parado junto al poste izquierdo.

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