Tribuna:

La naturaleza rectifica a Capello

En contra de la opinión de los entrenadores, la naturaleza también es sabia en el fútbol. Afotunadamente resulta imposible el obstinado interés de los técnicos por modificar la realidad y acondicionarla a su breve recetario. A eso que se llama sistema, dibujo o esquema. Lejos de explorar las características y las posibilidades de sus jugadores, los entrenadores prefieren -por pereza, por temor o por falta de conocimiento- repetir el latiguillo táctico que un día les funcionó en algún equipo. El mecanismo es muy simple: se toma un modelo, se divide en piezas y se encajan las fichas de mala mane...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

En contra de la opinión de los entrenadores, la naturaleza también es sabia en el fútbol. Afotunadamente resulta imposible el obstinado interés de los técnicos por modificar la realidad y acondicionarla a su breve recetario. A eso que se llama sistema, dibujo o esquema. Lejos de explorar las características y las posibilidades de sus jugadores, los entrenadores prefieren -por pereza, por temor o por falta de conocimiento- repetir el latiguillo táctico que un día les funcionó en algún equipo. El mecanismo es muy simple: se toma un modelo, se divide en piezas y se encajan las fichas de mala manera, sin respetar las cualidades naturales de los futbolistas, cada uno de ellos un universo por si mismo.En 1989, John Toshack llegó a Madrid convencido de que su éxito en la Real Sociedad se fundamentaba en el descubrimiento de Santi Bakero como medio tapón. Decidido a prolongar su fortuna, interpretó que el jugador con un perfil más parecido al de Santi Bakero era Chendo, un lateral de toda la vida reconvertido como medio centro y obligado a dirigir los destinos del lujoso equipo que formaban Schuster, Michel, Gordillo, Butragueño, Sanchis, Hugo Sánchez, Hierro y Martín Vázquez. Como siempre, la realidad se volvió terca. El Madrid perdió tres partidos consecutivos en el arranque de la temporada, -Barça, Milan y Real Sociedad-, tres derrotas que obligaron a Toshack a entrar en razón: Chendo se fue al lateral, Schuster entró a dirigir en el medio campo y el Madrid jugó como la seda, ganó el campeonato y marcó 106 goles.

Capello, como la mayoría de sus colegas, sufre del mismo desvarío mecanicista. Llegó a Madrid con la cartillita del Milan y, se limitó a cambiar cromos. Baresi por Hierro, Albertini por Seedorf, Desailly por Sanchis y Mijatovic por Weah. Como si eso fuera posible. Luego musolinizó el equipo y le adiestró para presionar, para lanzar largo, para chocar, para acudir al rechace y para olvidarse de las ventajas que procura el buen uso del balón. Para renunciar, en definitiva, al modo de vida histórico del Madrid. Un ideario descorazonador que quedó explícito en su célebre proclama veraniega: "El fútbol es cojones y simplicidad".

Con ese criterio, el Madrid se ha complicado la vida demasiadas veces. Pero frente a la Real tuvo las condiciones propicias -la expulsión de Pikabea y la necesidad de remontar- y un virus favorable. Sanchis, que es central, enfermó y entró Milla. Y Milla, como Guardiola, no concede. Si juega es para tocar, para asear el juego, para demostrar a Capello que la elaboración le conviene al Madrid y sus jugadores. Por primera vez en la temporada, el Madrid dispuso del balón y lo utilizó con sensatez. Y claro, Mijatovic no fue Weah. Fue Mijatovic, un chico listo que te mata en cualquier callejón. Y Suker hizo de Suker. Y así sucesivamente, todos saltándose el guión, mientras Milla y el talento de los jugadores le solucionaban la vida a Capello, que ahora deberá elegir entre las inconveniencias de su recetario y el dictado de la naturaleza, tan discreta que silenciosamente arregla lo que los entrenadores destrozan.

Archivado En