Tribuna

Alex Zülle, el suizo que ya tiene una gran victoria

De las condiciones, capacidad y fortaleza de campeón de Alex Zülle nadie ha dudado nunca. Desde que a finales de 1992 se hizo profesional, todo el mundo le señalaba como un corredor de época. Tenía casi todo lo que se pide en estos tiempos: un físico de gigante, inmensa capacidad de sufrimiento, fortaleza de rodador y habilidad de escalador. Pero como respuesta a los augurios, y a la presión que suponían, llegó el tiempo de las frustraciones y la segunda conclusión que le ha marcado hasta que ayer subió al podio de la Vuelta: Zülle no tiene cabeza de campeón, es frágil de moral y extremadament...

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De las condiciones, capacidad y fortaleza de campeón de Alex Zülle nadie ha dudado nunca. Desde que a finales de 1992 se hizo profesional, todo el mundo le señalaba como un corredor de época. Tenía casi todo lo que se pide en estos tiempos: un físico de gigante, inmensa capacidad de sufrimiento, fortaleza de rodador y habilidad de escalador. Pero como respuesta a los augurios, y a la presión que suponían, llegó el tiempo de las frustraciones y la segunda conclusión que le ha marcado hasta que ayer subió al podio de la Vuelta: Zülle no tiene cabeza de campeón, es frágil de moral y extremadamente nervioso. Tanto se le machacó con ello, y con su escaez visual, que él se lo creyó. Y la realidad se lo corroboró: puede ganar la Vuelta del 93, se cae en el momento clave y termina segundo; puede ganar el Tour del 95 y falla en su especialidad, la contrarreloj; puede ganar el Tour del 96 y se cae en la etapa decisiva. Hasta que llegó este septiembre, el suizo, de 28 años, era el ciclista con mejor palmarés en carreras por etapas que nunca había ganado una gran Vuelta.La Vuelta se inicia con cortes y caídas, pero Zülle ni se corta ni se cae. Algo pasa aquí. Llega la primera contrarreloj y no sólo no sucumbe a los nervios, sino que se afirma también como líder en su propio equipo ante Jalabert. Más extraño. Y el colmo de las rarezas en el hombre que había convertido la mala suerte en su sombra: todo el equipo cae víctima de una misteriosa enfermedad menos él. Quizás se diera cuenta el día de Cerler, su peor día. Una crisis respiratoria le deja al borde de la derrota ante su compañero Jalabert. El otro Zülle habría sucumbido. El nuevo Zülle, no. "Soy otro", dice, "más tranquilo, menos nervioso". Pasar aquella prueba de madurez le reafirmó, con la fuerza que sólo el exagerado suizo es capaz de poner en todo lo que le pasa -gracias y desgracias-, en la convicción contraria: soy el mejor. Así que cuidado para el futuro: el hombre desmesurado en la desgracia será el que mejor disfrute de la fortuna. Perderá hasta la timidez que le impide hablar con correción en público en español. El campeón ya está completo. Le sobra el casi. Está a punto. Aunque se puede convenir que en la Vuelta no ha tenido más rivales de entidad que él mismo, que nadie le olvide en la quiniela del Tour, su siguiente desafío.

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