Editorial:

Nuevo Laborismo

EL CONTRATO que Tony Blair, el joven y dinámico líder laborista, propone a sus electores, poco tiene que ver con las ideas del partido que perdió el poder en 1979 a manos de Margaret Thatcher. Mucho ha cambiado el Reino Unido desde entonces. El Estado se ha aligerado y el país se ha modernizado, pero también ha crecido una desigualdad social que se palpa en la calle. Y también ha cambiado el laborismo, que ahora constituye uno de los caldos de cultivo de la nueva izquierda europea. Blair -al que las encuestas atribuyen una ventaja considerable con vistas a las elecciones generales que h...

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EL CONTRATO que Tony Blair, el joven y dinámico líder laborista, propone a sus electores, poco tiene que ver con las ideas del partido que perdió el poder en 1979 a manos de Margaret Thatcher. Mucho ha cambiado el Reino Unido desde entonces. El Estado se ha aligerado y el país se ha modernizado, pero también ha crecido una desigualdad social que se palpa en la calle. Y también ha cambiado el laborismo, que ahora constituye uno de los caldos de cultivo de la nueva izquierda europea. Blair -al que las encuestas atribuyen una ventaja considerable con vistas a las elecciones generales que han de celebrarse antes de un año- ha presentado un manifiesto preelectoral que, con cautelas y significativos silencios, recoge ideas que se han discutido en círculos laboristas en los últimos años. Para transformarlo en programa electoral Blair pretende que lo aprueben en votación los militantes, por encima del aparato del partido.El Nuevo Laborismo, como lo llama Blair, se ha distanciado de la obsesión por la propiedad pública de los medios de producción, compromiso que sólo recientemente se eliminó de los estatutos del partido. Los nuevos laboristas no aprueban el amplio proceso privatizador llevado a cabo por los conservadores, pero tampoco proponen renacionalizaciones. Sí anuncian, en cambio, impuestos especiales sobre los beneficios realizados por las empresas privatizadas -que cifran en 10 billones de pesetas- para financiar nuevos gastos sociales. En particular, un programa de incentivos a la contratación para dar una oportunidad de trabajo a 250.000 jóvenes de menos de 25 años. Es parte del concepto de "bienestar para el trabajo" -frente a la ayuda para la subsistencia- de los nuevos laboristas, concepto que aún requiere mayores precisiones.

Una obsesión de Blair es que no se le pueda acusar de subir los impuestos, salvo en el caso mencionado. La búsqueda del voto de las clases medias le ha llevado a pulir sus propuestas y su lenguaje en ese sentido, con una insistencia nueva en el control del gasto público y de la inflación, rara en la cultura laborista tradicional. Blair pretende en buena medida recuperar parte del terreno perdido en el ámbito social. Desde una perspectiva española sorprende incluso que a estas alturas un partido británico de izquierdas incorpore como novedad en su programa electoral la aprobación de un salario mínimo, la limitación a 30 del número de alumnos por aula en las escuelas o planes para reducirlas listas de espera de la sanidad pública.

Los silencios más significativos del manifiesto se refieren a la integración europea. Aunque el tono no sea antieuropeísta y se comprometa a suscribir la Carta Social -a lo que se negaron los conservadores-, la moneda única se pasa por alto y los nuevos laboristas no son nada claros respecto al futuro de la Unión Europea, tema poco popular también entre sus votantes. No cabe fundar demasiadas esperanzas en Tony Blair respecto a un cambio radical de actitud que facilite la plena integración europea del Reino Unido.

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Si bien el manifiesto laborista no despeja todos los interrogantes sobre lo que haría un Gobierno de Blair, éste ha intentado claramente ocupar el centro político. Que lo está consiguiendo lo reflejan no sólo las encuestas, sino el contradocumento presentado por los conservadores bajo el título de Nuevo laborismo, nuevo peligro. Con él, los tories no han brillado por su ingenio.

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