Tribuna

A los comentaristas

Siempre he sentido una envidia malsana -¿alguna no lo es?.-de las personas que parece que lo saben todo. Se las distingue enseguida: por la actitud, por la voz, por el corte de pelo y, a veces, incluso por las corbatas. (Si se trata de mujeres, por el carmín de los labios y los zapatitos de tacón alto). Hablan con disgusto de los demás porque tener siempre razón es un elegante fastidio que el prójimo no acostumbra a valorar debidamente. Algunos acaban predicando en las tertulias de la radio y otros dirigen informativos en la televisión. También los hay que comentan los partidos de fútbol. Esto...

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Siempre he sentido una envidia malsana -¿alguna no lo es?.-de las personas que parece que lo saben todo. Se las distingue enseguida: por la actitud, por la voz, por el corte de pelo y, a veces, incluso por las corbatas. (Si se trata de mujeres, por el carmín de los labios y los zapatitos de tacón alto). Hablan con disgusto de los demás porque tener siempre razón es un elegante fastidio que el prójimo no acostumbra a valorar debidamente. Algunos acaban predicando en las tertulias de la radio y otros dirigen informativos en la televisión. También los hay que comentan los partidos de fútbol. Estos son, a mi juicio, los más admirables. (Bueno, los comentaristas de tenis también son fantásticos). Por lo general nunca se equivocan. No pueden. Su sabiduría consiste en señalar lo que se hizo mal porque evidentemente dió malos resultados y en decir cómo se tendría que haber hecho bien para que las consecuencias hubiesen sido buenas. (Lo cual es indemostrable). Esto es lo que yo llamo trabajar sobre seguro. Advierten, aconsejan, riñen y acusan. Es una lástima que no les hagan más caso. Este Clemente -¡ay!- no tiene arreglo. Debe de ser que no cree en Dios. Lástima.-

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