El Everest pasa factura

Las últimas muertes en la cima del mundo reabren el debate sobre las ascensiones comerciales

El techo del mundo no perdona. Cada vez son más los que pierden el respeto a los 8.846 metros del Everest y cada vez son más los que lo pagan con su vida. Tres alpinistas de nacionalidad india murieron el pasado viernes cuando regresaban de la cumbre. El domingo se anunció el fallecimiento de dos miembros integrantes de una expedición internacional formada por tres guías y siete clientes. Los alpinistas muertos eran la japonesa Yasuko Namba, de 47 años, y el estadounidense Douglas Hansen, de 44. El fatal desenlace ocurrió también durante el descenso; después de coronar la cima. Namba era l...

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El techo del mundo no perdona. Cada vez son más los que pierden el respeto a los 8.846 metros del Everest y cada vez son más los que lo pagan con su vida. Tres alpinistas de nacionalidad india murieron el pasado viernes cuando regresaban de la cumbre. El domingo se anunció el fallecimiento de dos miembros integrantes de una expedición internacional formada por tres guías y siete clientes. Los alpinistas muertos eran la japonesa Yasuko Namba, de 47 años, y el estadounidense Douglas Hansen, de 44. El fatal desenlace ocurrió también durante el descenso; después de coronar la cima. Namba era la segunda mujer japonesa en coronar el techo del mundo.La cuenta de montañeros muertos, aumentó ayer. Geoff Gabitea, portavoz de la compañía neozelandesa de trekking Adventure Consultants, anunció que dos prestigiosos guías de Nueva Zelanda, Rob Hall -conquistador en cinco ocasiones del Everest- y Andrew Harris, habían seguido la misma suerte que los montañeros fallecidos. Las autoridades de Nepal, por otro lado, indicaron que otro estadounidense, con residencia en Seattle y que encabezada un grupo de 11 montañeros, también había desaparecido.

La muerte de los alpinistas se produjo a consecuencia de una tremenda tempestad que se formó en la región del Kurnbhu -zona donde está situado el Everest- y que atrapó a las cordadas de las expediciones comerciales que habían iniciado el ataque al techo del mundo por la ruta. original de Nepal, la del Collado Sur. Pese a realizar la ascensión con botellas de oxígeno, la mayoría de los montañeros falleció por fatiga pese a los esfuerzos de Rob Hall, alpinista de reconocido prestigio mundial, por tratar de ayudar a uno de sus clientes. La montaña no les perdonó.

Hace tiempo que el Everest, uno de los premios geográficos más preciados en el mundo, dejó de estar reservado exclusivamente a los profesionales de la montaña. Coronar el techo del mundo por la ruta original, la del Collado Sur, la más transitada, la habitual, se ha convertido en un trofeo para una gran mayoría de aventureros acaudalados. No calculan riesgos ni respetan cánones alpinos.

La mayoría de las expediciones actuales que acuden al Everest lo hace casi siempre más por el prestigio que significa su ascención que por alicientes intrínsecamente alpinos. "La vía del Collado Sur no representa dificultad técnica alguna", argumentan reconocidos alpinistas españoles que han coronado el Everest. "Los problemas surgen de las condiciones meteorológicas y de la capacidad de resistencia en la arista final". Al Everest por la carretera del sur, se sube andando; apenas hay varios pasos de técnica alpina. "Eso no quiere decir que esté al alcance de cualquiera", dicen Nil Bohigas y Lluís Giner, miembros de la cordada española que holló la cima en 1.988 Reinhold Messner, primer alpinista en coronar los 14 ocho mil del mundo sin oxígeno, describe el último tramo de la pirámide final, desde el Collado Sur (8.000 metros) a la cumbre: "Esos 846 últimos metros son mortales. A esa altura no hay recuperación posible. Se trata de subir rápidamente y llegar arriba con fuerzas para bajar casi a la carrera. Si no se hace así, y aun con oxígeno, se juega con la muerte si se per manece más de tres días a esa altura".

Los alpinistas profesionales, expertos himalayistas, saben que la aventura del Everest empieza a 8.000 metros, en esa ultima estación del viaje hacia el techo del mundo donde la autopista se convierte en un paseo entre el amor y la muerte, no apto para simples excursionistas que pagan cualquier precio por conseguir el trofeo más alto del mundo.

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