Tribuna

No confundir con Sacchi

Sensacional: Fabio Capello será el próximo entrenador del Madrid. De pronto, Lorenzo Sanz ha desenfundado un milagroso talonario de goma, y mientras sus afligidos veteranos emplean las últimas fuerzas en salvar lo que les había sido presentado como decisiva batalla por Europa, él sigue contratando mercenarios para la próxima guerra.El estampido de la noticia ha sido espectacular. En el interior del club, sus jugadores se preguntan qué carajo pintan ellos en una campaña que ya no interesa a nadie; así que, mientras unos le piden hora al asistente social otros organizan en el vestuario un congre...

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Sensacional: Fabio Capello será el próximo entrenador del Madrid. De pronto, Lorenzo Sanz ha desenfundado un milagroso talonario de goma, y mientras sus afligidos veteranos emplean las últimas fuerzas en salvar lo que les había sido presentado como decisiva batalla por Europa, él sigue contratando mercenarios para la próxima guerra.El estampido de la noticia ha sido espectacular. En el interior del club, sus jugadores se preguntan qué carajo pintan ellos en una campaña que ya no interesa a nadie; así que, mientras unos le piden hora al asistente social otros organizan en el vestuario un congreso de deprimidos. Sólo algunos comentaristas solitarios que no consiguen aturdirse con las noticias-bomba están convencidos de' que este repentino desdén por el presente es un grave error estratégico. Primero, porque el general debe demostrar una firme confianza en la brigada mientras quede una bala en la recámara, y segundo, porque si el Madrid se queda fuera de Europa, esta efusión de noticias y billetes puede convertirse en un tiro al aire. Dicen, más o menos, que Lorenzo Sanz ha infringido el primer axioma hípico y electoral: no se puede cambiar de caballo en plena carrera.

En el exterior, por el contrario, cunde una incontenible euforia crítica. Al parecer, y como su propio historial indica, este Capello es un sabio renacentista que convierte en oro todo lo que toca. Dadle quince moribundos, tres escépticos, dos gotas de sangre holandesa y trescientos millones anuales y, funiculí, funiculá, os devolverá el Milan de Van Basten, Gullit, Rijkaard, Maldini, Donadoni, Boban, Savicevic, Papin, Ancelotti y Baresi. O sea, el Milan de Arrigo Sacchi.

Puede que sea cierto. Tras ese duro perfil de centurión quizá se esconda la amalgama celestial de Cagliostro, Maquiavelo y Garibaldi. Dicen además que impone mucho cuando se cabrea en italiano: el entrecejo se le hace un ocho, abre un ojo fulminante y, Avanti, bastardi, infunde en la soldadesca tan extraordinario grado de pavor que quienes hasta ayer tiraban fuera, desde mañana sólo tirarán a gol.

Pero, pensándolo bien, quizá convenga hacer una humilde petición a estos directivos de fina pituitaria que consideran su fichaje el mayor acontecimiento artístico desde el advenimiento de Leonardo da Vinci. No vaya a ser que se vengan abajo en cuanto descubran que es un poco sieso, que tiene aerofagia o que los pies le cantan.

Tal como están la tabla y la legislatura, incluso cabe la posibilidad de que este ilustre chusquero llegue al cuartel cuando haya desaparecido el servicio militar.

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