Tribuna

Caminero abrió camino

La película del partido Barça-Atleti es muy reveladora: ambos equipos estuvieron separados por la misma distancia q ue el calor y la fiebre. Los profesionales de Antic ocuparon escrupulosamente sus puestos y se dispusieron a pulsar, uno por uno, todos los resortes del juego: el lateral se adelanta para cerrar el carril, los centrales coordinan la maniobra de repliegue, los volantes apoyan, los mediapunta siembran el desconcierto entre líneas, los delanteros tiran un desmarque por si acaso, y así, sin pasarse de revoluciones, ajenos a la escenografía y la hipertensión, todos se acoplaron, rueda...

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La película del partido Barça-Atleti es muy reveladora: ambos equipos estuvieron separados por la misma distancia q ue el calor y la fiebre. Los profesionales de Antic ocuparon escrupulosamente sus puestos y se dispusieron a pulsar, uno por uno, todos los resortes del juego: el lateral se adelanta para cerrar el carril, los centrales coordinan la maniobra de repliegue, los volantes apoyan, los mediapunta siembran el desconcierto entre líneas, los delanteros tiran un desmarque por si acaso, y así, sin pasarse de revoluciones, ajenos a la escenografía y la hipertensión, todos se acoplaron, rueda a rueda, diente a diente, al armazón general. Se convirtieron en piezas de un poderoso ingenio de geometría variable.Enfrente, los juramentados de Cruyff, con las venas del cuello hinchadas en rojo y un destello azul en el ángulo de la quijada, buscaban el cuerpo a cuerpo con la esperanza de ganar en las alambradas lo que no habían podido conquistar a campo abierto: calaban la bayoneta, se encomendaban a San Jorge y buscaban desesperadamente el uno contra uno; así, Figo interpretaba en zigzag la culebrina portuguesa, Hagi tiraba a los Cárpatos para invocar al conde Drácula, Sergi braceaba como un náufrago, Jordi se acordaba de su propio padre, Popescu buscaba una brújula para localizar a Kiko o quizá para clavársela en la espalda, y luego estaba Iván, algo solitario en su constelación, manejando su estrella polar de bolsillo y dudando una vez más entre rimar o morder. Todo ello determinaba de un modo muy expresivo el estado de la cuestión: mientras el Atleti se limitaba a usar su oficio y a afinar la puntería, el Barça se puso a tocar la sinfonía heroica.

Puede decirse, entonces, que Antic ganó en la pizarra una batalla que no sólo podía ganarse en el corazón, pero el partido lo hicieron finalmente grande los jugadores. En mitad de aquella aventura tan voluble, tan frágil y tan sensible al contagio personal, de pronto apareció un gigante llamado Caminero, con su flequillo de pájaro loco, su bamboleo marino y sus hechuras de galeón. En un abrir y cerrar de ojos calzó las botas de siete leguas y se desdobló en una multitud de futbolistas: fue extremo largo, volante corto, francotirador, intendente y guardián de la cueva. Anteayer les desmontó las caderas al pobre Nadal en un quiebro múltiple, le peló un poste a Busquets, marcó el gol más injustamente anulado del año y ganó la Liga en cuatro chispazos.

Todos buscaron puerta, pero el atajo lo encontró él. Nunca Caminero fue tan caminero.

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