Tribuna:

El hombre es Camacho

El viento no ha vuelto a silbar en el túnel del Bernabéu desde que José Antonio Camacho volvía bufando a los vestuarios. Irremediablemente tiznado de barro siempre llevaba la historia del partido escrita en la camiseta. Sus compañeros le recuerdan muy bien: solía sublevarse en esos partidos caóticos que empiezan con juego deshilvanado y terminan con el equipo descosido.Aunque él no era precisamente un portento filarmónico, le había ganado una Liga al Madrid de Miljan Miljanic tirando centros para Santillana y Pipi Martínez desde el carril de los zocatos, así que era tan capaz de meterse...

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El viento no ha vuelto a silbar en el túnel del Bernabéu desde que José Antonio Camacho volvía bufando a los vestuarios. Irremediablemente tiznado de barro siempre llevaba la historia del partido escrita en la camiseta. Sus compañeros le recuerdan muy bien: solía sublevarse en esos partidos caóticos que empiezan con juego deshilvanado y terminan con el equipo descosido.Aunque él no era precisamente un portento filarmónico, le había ganado una Liga al Madrid de Miljan Miljanic tirando centros para Santillana y Pipi Martínez desde el carril de los zocatos, así que era tan capaz de meterse en el papel de pistolero como en el de policía. Tal vez por eso nadie se atrevía a toserle cuando levantaba la voz: cargaba contra la puerta, resoplaba como una olla cuartelera, y hacía un discurso demoledor: "¿esto es un equipo? No nos merecemos ni el pan ni la camiseta. ¿Ésta es forma de jugar? Aquí hay que salir a dar la cara como Dios manda. ¿Estamos o no estamos?"

En aquellas arengas que arrastraban a media docena de cómplices empezaron las grandes remontadas de su equipo al principio de los años ochenta. Si hablamos de méritos personales, él fue el autor del primer disparo a puerta el día de la blitzkrieg ante el tozudo Borussia de Uwe Rahm, y él mismo interpretó una de las acciones más desesperadas y asombrosas de la historia del fútbol mundial. Ocurrió en un partido de vuelta Madrid-Inter de la Copa de la UEFA. En el de ida, los italianos habían conseguido una ventaja de dos goles; ahora, cuando el Madrid estaba a apunto de remontar, el árbitro le había pitado un penalti en contra. ¿Qué se podía hacer? El especialista irlandés lan Brady acomodó el césped con sus botas, olfateó el aire, y se fue a la media luna a tomar carrerilla. En esto, Camacho hizo una pella de barro: mientras Brady estiraba el perfil para disparar, la lanzó contra la pelota. Por fortuna para los pontífices de la International Board, los dioses mediaron en aquella conspiración, la pella pasó de largo, Brady transformó el penalti, y el Madrid terminó ganando por 5-1.

Bien, pues, al contrario que muchos de sus más famosos colegas, el entrenador Camacho no tiene el más mínimo recelo ante los astros del fútbol: los admira y los comprende. Tampoco acostumbra a agazapar a sus equipos a la espera de una coyuntura favorable; él siempre entendió el fútbol como una guerra de conquista y prefiere entablarlo en la trastienda del equipo contrario en lugar de hacerlo en su propia cocina.

Si alguien está buscando un entrenador de primera categoría, Camacho es el hombre.

¿Estamos o no estamos?

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