Juzgada una mujer cuyo padre murió abandonado y devorado por tres perros

La Audiencia de Madrid celebró ayer la primera sesión de un juicio en el que se oyeron espeluznantes testimonios. Un conserje del Canal de Isabel II, Juan Antonio Díaz, de 61 años, murió el 6 de septiembre de 1993 en la vivienda de su hija, en Alcobendas. Estaba totalmente inválido y llevaba meses postrado en una cama. Dependía de su hija -Consolación Díaz- y su yerno -Ángel Hernández- para todo. Su desamparo fue terrible: murió de una infección generalizada y de los mordiscos que, estando vivo todavía, le propinaron tres perros hambrientos que vivían en la casa.

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La Audiencia de Madrid celebró ayer la primera sesión de un juicio en el que se oyeron espeluznantes testimonios. Un conserje del Canal de Isabel II, Juan Antonio Díaz, de 61 años, murió el 6 de septiembre de 1993 en la vivienda de su hija, en Alcobendas. Estaba totalmente inválido y llevaba meses postrado en una cama. Dependía de su hija -Consolación Díaz- y su yerno -Ángel Hernández- para todo. Su desamparo fue terrible: murió de una infección generalizada y de los mordiscos que, estando vivo todavía, le propinaron tres perros hambrientos que vivían en la casa.

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El fiscal pide 25 años de cárcel para la hija del fallecido, por parricidio, y 16 para su compañero

VIENE DE LA PÁGINA 1Juan Antonio murió desnutrido, sobre tina cama sin sábanas ni mantas y con los pañales manchados de varios días. Y lo que es peor: los tres perros que la pareja tenía hambrientos y sueltos por la casa se habían comido las "partes blandas" del cuerpo.

El fiscal considera que la, hija, Consolación, cometió un parricidio; y su compañero sentimental, Ángel, un homicidio; en ambos casos, por omisión, es decir, por dejarle totalmente desamparado. Relata el fiscal: "Se abstuvieron de prestarle la más elemental asistencia, no sólo médica y alimentaria, también higiénica. (...) Y consciente y voluntariamente le abandonaron a su suerte, la muerte".

Los tres perros, entre ellos un pastor alemán, no eran los únicos animales que había en este hogar. También había dos gatos, y, "encerradas en una especie de urnas, bajo llave", explicó Consolación, "una serpiente y dos tarántulas". El pastor alemán lo había acogido Consolación un día antes del fallecimiento de su progenitor. Vagabundeaba y sintió "pena del animal, porque estaba lloviendo", dijo.

Consolación negó haber desatendido a su padre. "Yo estaba trabajando, y tenia que cuidar de mi padre, de mi hija, que sufría una fibrosis quística, y a mi compañero [sentimental], que también estaba enfermo; no tenía tiempo ni para respirar". La acusada exculpó a su compañero. Los dos están ahora en la cárcel. "El cuidado de mi padre era competencia exclusiva mía; él sólo tenía el encargo, cuando yo no estaba, de retirarle la cuña con la orina y cambiarle la botella de agua de vez en cuando".

Los asistentes al juicio se quedaron petrificados cuando Ángel reconoció que no había entrado en el dormitorio de su suegro, a pesar de que casi siempre estaba en casa, en los últimos 15 días antes de su muerte. "Me ponía nervioso, pues no hablaba", se justificó.

En un principio se fijó el 7 de septiembre de 1993 como el día en que falleció Juan Antonio. Su hija halló el cadáver el día 8 por la mañana. Y, al ver su estado, semidevorado por los perros, puso el hecho en conocimiento de la policía. Sin embargo, los forenses dictaminaron ayer que la muerte se produjo el día 6. De lo que se deduce que el cadáver estuvo dos días sobre la cama.

Parte de la sesión del juicio se centró en aclarar por qué Consolación desatendió la sugerencia de dos asistentas sociales que visitaron en casa al enfermo y pidieron a la pareja que le llevase a una residencia adecuada para un hombre cuya actividad se reducía a mover una mano y a balbucear.

Julia Elortegui, asistenta social del Canal de Isabel II, describió así el estado en que halló a la víctima: "La habitación estaba sucia, amarilla, y había mal olor. Estaba sobre la cama, sin sábanas ni mantas, y con una barba de varios días; y en el suelo había trozos, esparcidos de pan duro".

Tras sufrir un infarto cerebral, Juan Antonio estuvo hospitalizado en la clínica Sear de Madrid. Consolación explicó al tribunal que llevó a su padre a la residencia geriátrica de El Plantío, pero que tuvo que sacarlo de allí al día siguiente porque no tenía dinero. "Me lo llevé a casa porque pedían 180.600 al mes, yo no tenía dinero y su pensión era de 120.000 pesetas". Meses más tarde, sin embargo, fue declarado inválido total, y la pensión mensual se elevó a 233.000 pesetas. Además, tenía un fondo de pensiones de 12 millones. Días después de morir, su hija sacó todo el dinero y lo gastó. ¿En qué? "En reparar la casa", confesé.

El fiscal preguntó a Consolación por qué no llevó a su progenitor a una residencia cuando le subieron la pensión por invalidez. Contestó que no sabía adónde llevarle. La asistenta social del Canal indicó que la pareja accedió a que Juan Antonio fuese a una residencia, pero siempre y cuando quedase algo del dinero de la pensión para ellos.

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